Atención selectiva
Sufrir es prestar a alguien o a algo una atención suprema, bien decía Valéry; es decir, dirigir una exagerada atención sin sentido. Entonces, dice este maravilloso pensador, el sufrimiento empieza a hacer su trabajo, lacerar de a poco en poco nuestra infame capacidad de habitar la fatalidad y la ceguera autoinducida para no percibir la felicidad. Sufrir. El problema real no es la atención, ni la persona, ni el algo (incluyendo esa golosa necesidad de rumear nuestros problemas, ideas, deseos y temores) tampoco, ni siquiera, nuestra tendencia a distraernos con todo. La culpa es esa negación invariable y sistemática de negar nuestra incompletitud. Y Negarla al punto que negamos el principio de nuestra propia naturaleza. Cioran decía que no había un solo día, ni uno, que la vida no le recordara su condición humana de exilio. Un exilio que se imponía ineludible y se materializaba en esa condición de permanente deseo. Un exilio que nos separa y nos deja heridos de vida. Como personas deseantes. Los mismos budistas dicen que el principio del nirvana (lo contrario del sufrimiento) era dejar de desear. A veces me gusta pensar que fuimos marcados por una escisión que nos trae a este mundo incompletos (no nos rompemos, sólo nos damos cuenta -eventualmente- que estamos diseñado deliberadamente con piezas faltantes). Es esa idea sembrada de sentir que nos falta algo. Es ese intervalo, la escatológica vocación de sufrir por un propósito “superior”. Sufrir es darse cuenta de eso, de que gastamos ese recurso vital no renovable que es nuestra atención (pasión le decían los Romanos) en un sentido muy específico o muy abierto. Nuestra capacidad de distracción es - a su vez- la incapacidad de asertividad y focalización para saber cómo, dónde y cómo, para qué y con quién y sobre todo cuándo y por qué elegir tomar un rumbo, dar nuestra atención.
Quién lo iba a decir, la vida en sí misma puede ser la más grande de todas las distracciones. Todo en ese intervalo entre haber sido expulsados de un paraíso y -en algún punto- caer en cuenta que nunca volveremos otra vez ahí para dejar -entonces- de buscar.
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