Las alas de Lola
Lo único que no se puede perdonar -diría ese poeta de tranvías y trasiegos- es que no sepan volar.
Pero detengámonos un poco aquí, vaya flaco, déjala correr!
Ella era ella. Y creo que nunca conocí a mujer más auténtica como ella. No era su edad, su fascinante norteñez , su dolorosa sonrisa, su espectacular sentido del humor, su piel y esa mirada que me sigue quebrando…ni siquiera sus ojos que serían la oda gráfica de todo oriental. Esta es mi oda escrita por su furiosa y absoluta feminidad. No, era ella a secas ella y punto. Sin complicaciones. Tal cual. Su contundente unicidad, su deshilachada totalidad. Su abrumadora totalidad que golpeó todas mis teorías.
Respondía al nombre de Lola (no podría ser más fatal ese maravilloso nombre?) pero yo la conocía por todos los nombres que nunca alcancé a pronunciar. Fue mi todo y mi nada por poco más de un año. Fui mi refugio y yo el de ella en esa prisa de encontrar un rumbo. Me dejó estar a su lado. Fue mi secular distancia entre la certeza y la posibilidad; y la afrodisíaca sensación de que nunca seria del todo mía y que yo terminaría hecho pedazos por el huracán de su florecer y así -anticipándome como el poeta que abraza su fatalidad para salir corriendo- terminaría por huir, tan lejos y sin voltear atrás. La prisa de la inconsistencia. Ella era sólo de ella de nadie más y aún así me dejo estar ahí bailando en la circularidad de sus caderas, se daba tan como sólo ella sabía darse. Sin medias tintas. Una sonorense en todo el sentido de la palabra. Me dejó estar ahí y nunca me pidió que me quedara, la distancia tejía en cada palabra el milagro de un preámbulo, regresar a ella siempre fue mi odisea más sublime; la espera en un aeropuerto y ese abrazo. Joder, Ese abrazo, ese universo, ese big bang que abrió en mi piel…y que sigue -a muchas lunas de distancia- creando alguna estrella que me recita estas palabras. Me hizo un hueco en el que me gustaba acurrucarme, aún con todas mis letras, mis preguntas y mis venenos, mis monstruos.
Fuimos un maravilloso accidente. Una inoportuna coincidencia. Un precoz antídoto a la soledad, una dosis equivocada para el dolor. Fuimos un ensayo de una obra que nunca debió escribirse y sin embargo estábamos ahí frente a frente en un diálogo que contaba algo parecido al amor. Queríamos amarnos. El arte está lleno de esos vitales intentos que nunca expiarán nuestra naturaleza caída.
Pude haberla amado más. Ahora lo sé y pude hacer que se enamorara más de mi. También lo sé. Pude haber desconectado la utopía y el desasosiego. Esa absurda prisa por corretear detrás del viento. Dejar de tener miedo (los pájaros vuelan -en parte- por miedo). Pude dejar que se curaran mis heridas en sus bahías (su dulce humedad) o secar mis tantas dudas cada día a su lado viendo un atardecer en Hermosillo. Pude ver la “troca”, la casita, dos “morritos” (Lucas y Sebastián), un labrador, un ir y venir, una vida en la que toda la creatividad se enfocará en sobrevivirse entre el tedio y el asombro. Entre ser paso firme o simplemente volar. Pude simplemente verla desplegar su luz y verla -entonces- volar. Conmigo.
Lo verdaderamente inconcebible es el no volar cuando se tienen alas.
La vida es una editora de recuerdos. Erradica fragmentos de vida que podrían hundirnos en esos detalles y abrazarlos hasta que el sol se cansara de sorprendernos sin dormir. El humanito es un azotado. El tiempo se encarga de que carguemos con lo esencial de cada persona con la que “chocamos” y es más bien esa tozuda necesidad de no querer olvidar la que nos hace guardar un gesto, una pequeña idiosincracia, una palabra, un beso o una mirada como un as en la manga en este juego de cartas que le jugamos -precisamente- a la vida. Me hizo tanto bien soñar con ella una vida, me hizo sentir que tendría la naturalización norteña y la ciudadanía de su corazón. Me hizo muy feliz y la recuerdo con una sonrisa siempre.
Pero, no flaco, no quería volar. No conmigo. No sería yo la razón de tocar el cielo. Yo sería Justo lo que la hizo salir y volando.
Y hoy solo puedo escribirla como cuando un dibujante dibuja para recordar. Mis dedos tocan su paso en mi vida, esa cicatriz que me hace recordar que todos los “te amo” que le di valieron la pena. Acepto mi función en su vida y me hace feliz. Lo agradezco.
Donde estés volando, vuela feliz Lola.
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