El precio de no estar solo
Control por un poco de amor. Dolor a cambio de olvidar un poco qué tan solos estamos. Apagarse para brillar por otro. Dejar de ser sistemáticamente para ser con y para el otro. Mentir para encontrar un pedacito de verdad. Tolerar lo intolerable con tal de no morir solos (como si tan solo pensarlo evitará lo inevitable, que morimos solos, rotos e incompletos). Hoy harto de pagar el precio de estar acompañados como si estuviésemos evitando así el suplicio de enfrentarnos a nosotros mismos, como si estar con alguien fuera más importante que amar....y quién ama cuando lo que termina viendo en el otro es a uno mismo, modificado, adiestrado para ser inofensivo, domesticado para seguir creyendo que no hay nada mejor que estar ahí, calladito cumpliendo la ansiosa imagen del amar a un otro u otra que tiene toda esa imagen distorsionada. Amar a cambio de perdernos a nosotros mismos. Qué tanto pagamos por esa fantasía y la empezamos una y otra vez asumiendo que todo puede ser distinto y no, no lo es. El juego cuesta y cuesta caro.
Moriremos solos. Solos. Y no hay forma de evitarlo. Y moriremos sin duda como consecuencia natural de estar vivos y habrá muy pocos testigos de lo que real y puramente fuimos, sin poses ni eufemismos. Al final cambia todo cuando terminamos negociando con la vida, no buscar al amor de la vida, sino a nuestro humilde y honesto testigo de nuestra efímera vida. Tener un testigo, Sólo eso y todo cambiaría.
En el amor humano -este que pretendemos interpretar en este plano terrenal- nada es gratuito.
Esta parafernalia del ser pleno que dice que estar en pareja es el fin de todos los miedos. No sabemos amar. Este absurdo contrato de merecer a alguien y que nos merezcan como si el universo no tuviera ya suficientes artimañas para conectar puntos en el infinito, hilos rojos. No queremos amar. Pero nos encanta ponerle etiquetitas a lo que creemos nuestro afán afectivo que terminamos haciendo a nuestra imagen y semejanza....y al final asqueados no del otro sino de nuestra idea caprichosa que nos formamos de ese....patán, esa miserable, ese gañan, esa arpía, ese mentiroso, esa simuladora....ese otro del otro que nos formamos en nuestra vehemente e ilógica manía de ser otros. No podemos amar.
Esta parafernalia del ser pleno que dice que estar en pareja es el fin de todos los miedos. No sabemos amar. Este absurdo contrato de merecer a alguien y que nos merezcan como si el universo no tuviera ya suficientes artimañas para conectar puntos en el infinito, hilos rojos. No queremos amar. Pero nos encanta ponerle etiquetitas a lo que creemos nuestro afán afectivo que terminamos haciendo a nuestra imagen y semejanza....y al final asqueados no del otro sino de nuestra idea caprichosa que nos formamos de ese....patán, esa miserable, ese gañan, esa arpía, ese mentiroso, esa simuladora....ese otro del otro que nos formamos en nuestra vehemente e ilógica manía de ser otros. No podemos amar.
Moriremos solos. Solos. Y no hay forma de evitarlo. Y moriremos sin duda como consecuencia natural de estar vivos y habrá muy pocos testigos de lo que real y puramente fuimos, sin poses ni eufemismos. Al final cambia todo cuando terminamos negociando con la vida, no buscar al amor de la vida, sino a nuestro humilde y honesto testigo de nuestra efímera vida. Tener un testigo, Sólo eso y todo cambiaría.
Se dice que cuando uno está a punto de morir viene a su mente el recuerdo de tus verdaderos testigos de vida. Testigos a los que les rompiste o te rompieron el corazón pero no por eso dejan de ser las únicas miradas que querrás tener a tu lado.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home