INCONTINUUM

jueves, mayo 12, 2022

La mal querida

 Qué nos hace pensar -siendo humanos- que la forma como amamos es perfecta? Esa es la parte más ingenua del amor, la autocomplacencia y el autoengaño. 

Cuando se iba, en medio de ese fatalismo lacaniano (autor del que nunca leyó media página) seguía con esa mirada llena de ira y juicio como acusando que no la supe amar; tenía razón, a media película ya todo estaba siendo muy monótono, sin nudos que desenmarañar o giros de trama que engancharan, como si amar y disfrutar una película significara anularse sin perder la unicidad y rareza que -paradójicamente- la atrajo a mi. Chocamos por Dios! Como dos putos meteoritos. Mirar es mirarse ser mirado también. Lo mismo que la trajo, ahora es lo que la aleja y eso le enoja más porque no sabe decirlo como es. Pero con ese melodramático sazón que -ahora a estas alturas del partido- resulta patético. Siempre lo supimos, nunca lo superamos. Romperse es parte del show. El arte, como el amor, también es un martillo y nadie se va como llegó, nadie puede irse entero, pero también sin emitir un juicio, ese juicio de sentirse superior tan sólo por asumir un papel de víctima o de victimario. Ahí es donde todo puede perder la gracia y la estética. Puede entonces la mirada reprocharle algo a lo que mira? En esa especie de morbo podemos decir que nunca quisimos ver más allá de lo que pudimos ver. Una muy mala película nos podría reclamar que no la supimos ver. Que quizá la malinterpretamos, que el director estaba “adelantado a su época”. Incomprendido. Pero el arte debe conmover y El límite es natural, terminamos por ver exclusivamente sólo lo que queremos (podemos) ver. No me dio la mirada, no te dio la composición, el argumento…la actuación. 

Todo se desgasta.

En México, en todos los finales actuamos como una patética canción de José Alfredo Jiménez, en ese cine en blanco y negro donde hay que sentirse superiores por el simple hecho de asumir un rol binario, sin saber decir adiós porque nos azotamos como una Libertad Lamarque: se es el malo o el bueno, se pierde o se gana, se ama o se odia, es blanca o negra nuestra mal lograda educación sentimental. En todas terminamos llorando o cagándonos de risa de nuestra miseria. Y cómo es que todos terminamos en la película de alguien sin darnos cuenta? Una muy mala película por cierto en la que terminas siendo o el malvado o un vulgar albur.

Una frase es lo único que queda volando en su salida espectacular. La elegancia nunca fue su fuerte, lo sabía, tampoco sabía volar y desde que le di la bienvenida sabía que no iba a poder decir bien adiós. Empezó asumiéndose como la malquerida. Como en esos finales presuntuosos en el que nada se cierra, nada te conmueve, nada te dice y te hacen pensar que la película que se acaba de ver fue una auténtica pérdida de tiempo. En ese irse a “negros” donde esperas ver sólo los créditos para salir corriendo de la sala -quizá con una buena rola de como para pensar que al menos la banda sonora tuvo algún propósito- surge de la nada un último flashback a manera del leitmotiv de todo este despropósito hecho película: la despedida no pudo ser más cursi, simplona y acartonada, inútil como cada discusión ….”yo merezco algo mejor, no puedo arriesgarme a que me lastimen otra vez”. No hay forma de respetar ese final. Punto. Pierdo todo el respeto por un buen final.

Me levanté de mi butaca y me fui tratando de pensar que de películas malas nadie se salva, y es como un mal bocado del que nace una imperativa necesidad de olvidar, de repasar cada mala toma, falla argumentativa, cada carencia de sentido para pasar de página; cierto la intención de querer estar ahí nos valió como para quedarse hasta el final. Entonces se agradece que -a pesar de todo- todo haya acabado. Y queda la contundente sensación de haber perdido años de mi vida.

Efectivamente, mi miedo se confirma. Perdí casi 6 años de mi vida en un bucle inútil donde todo el tiempo había que demostrar lo que siempre se ponía en tela de juicio. Supongo que quien piensa y está convencido de que la vida le debe termina pensando que nada es suficiente. Estoy seguro que ahora -como en breve- tendrá / tiene lo que merece. 

A una distancia considerable, cuando uno va caminando dándose cuenta de lo rápido que nos alejamos (eyectados por una poderosa fuerza desconocida, algunos le dicen repudio) se empieza a aminorar el paso y queda sólo contestar esa frase, quizá como para cerrar ese mal trago. Sí, efectivamente todos terminamos teniendo lo que merecemos aunque eso represente seguir llevando a cabo y sin parar, una y otra vez los mismos errores: quizá, de entre todo lo malo no está mal mantener esa esperanza de entrar al cine y ser conmovidos hasta el alma  por una película en la que al final nos quedemos de una vez por todas.