INCONTINUUM

sábado, junio 04, 2022

Los decepcionados

 Me gustan las personas que han puesto a prueba su fe y que -como consecuencia- han aplicado algunos ajustes en ese recurso -a veces no renovable- que es la esperanza.

Me gustan los que han roto su corazón. Es una evidencia de que han venido a usarlo a esta vida.

De hecho, estoy cada vez más convencido de que no confío absolutamente en alguien que no haya experimentado el profundo daño vital de una decepción. No soporto al que niega sus abolladuras. Tienen, incluso, mi desprecio aquellos que ocultan, maquillan y niegan sus decepciones (el fetiche del coaching y su razón de ser: el Photoshop de la experiencia humana). Me parece que es una bajeza negar -rotundamente- nuestro músculo de decepción y encima querer beneficiarse de ello. Como si hacerlo nos hiciera ver más “exitosos”, menos tristes, menos vulnerables. Menos perdedores. Menos humanos.

Admiro profundamente a esos decepcionados que - a pesar de toda esa masa implacable de evidencia- se siguen levantando, lo siguen intentando, siguen aceptando que esa última decepción cotidiana les hará saber qué, de entre todo ese infierno -dijera Italo-, no es infierno, darle su lugar y hacerle espacio; habitarlo, descansar en él. Todo esto sin culpar a nadie, sin querer cobrarle a nadie y sin pensar que alguien les retribuirá por ello. Sin mendigar una palmadita en la espalda o exigir amor con la imbécil convicción de que “merecemos abundancia” cuando no queremos darnos cuenta -existencialmente y filosóficamente - que el humano es un jodido virus narcisista que destruye todo. Nosotros hemos sido la pandemia permanente de este mundo.

El arte -a diferencia del coaching- sabe qué hacer con el dolor, con la decepción, con la pérdida. Le da una dimensión creativa a nuestro fatalidad y nuestra virulencia. Sabe qué hacer Con la imperfección y la negatividad. Y por eso es mil veces más efectiva, más humana y más congruente que la idea de explotar y sobredimensionar sólo nuestro lado luminoso. El arte trabaja con la luz y la obscuridad, no desperdicia. El arte nos hace trascender, el coaching no.

El decepcionado asume y continúa. El positivismo idiota solo posterga la decepción. La esconde bajo la alfombra de nuestra consciencia. La excluye del proceso de sanación, la adormece con la anestesia de su lisonjera palabrería. No hay humanismo sin decepción, no hay humildad sin decepción; no hay amor sin decepción. No hay fe sin decepción. 

La decepción prepara un nuevo terreno  para absorber la negatividad y -de alguna manera- transformarla en una suerte de combustible elemental. Asimilar lo obscuro para poder brillar, un poquito más. Y bailar con nuestra humanidad descalzos del autoengaño.  Decepcionarse para dejar de estar enamorado y empezar a amar. Decepcionarse para ser más humano.

Me gustan los decepcionados.