El arte de Sibyla
Es muy sencillo. No es una casualidad aleatoria que una persona llegue a nuestras vidas. De entre todas las combinaciones posibles, el que dos partículas choquen tendrá una razón de ser ¿no? Pero si por un momento nos concentramos en que no es la partícula en sí, sino la trayectoria la que nos impacta, es decir la onda, entonces todo tiene otro sentido...todo cambia. Entonces veríamos la impresionante sucesión de eventos que nos impacta y empezaríamos a vernos y ver como ondas (más que personas en movimiento, somos narrativas que se siguen completando mientras sigamos moviéndonos) únicas e irrepetibles. Al final todo depende de la perspectiva como se mire. Lo que sucede después, entonces, es un nuevo despertamiento y vemos claramente lo que no pudimos ver. Es claro que un accidente no se define por sus causas, sino por sus consecuencias. Como el amor, como la vida.
Ella no fue un accidente, dejaría tras de sí una gran onda expansiva que me llevaría al universo expresivo más profundo y más amado. Me llevaría también a experimentar el arte como un martillo que está diseñado a rompernos. No sólo me presentó un mundo abierto, abrió mi mundo. Quizá esa “apertura” no sólo tuvo su efecto cuando llegó; sobre todo lo tuvo cuando salió. Si existiera una disciplina forense que estudiara cómo se nos rompe el corazón sabría decir con precisión por donde es que entró y todo lo que se llevó cuando salió. Esa incompletitud me llevó a buscarme y hallar en el arte el mejor lugar para imaginarme, para reconstruirme y sobre todo para sobrevivirme. Me dio un lugar en el que me sentí pertenecer -aun cuando a la distancia parezca poco tiempo- , me mostró un camino diferente al que yo caminaba, después me sentí completamente solo. Pero es en la soledad donde se siente mejor, quizá sea el mejor estado para encontrar en el arte el mejor de los refugios. Así, tal vez sin proponérselo, entendí que el arte y la soledad se entienden bien. Ella fue esa maravillosa onda a la que nunca le conté todo lo que provocó en mi, quizá ese sería el costo de una onda que llega tan abruptamente como ella llegó y más aún como desapareció; ciertamente no supe hacer bien las cosas para terminar de decirle que mucho de lo que empezaría a ser y de una semilla que sólo se sembraría en mi sintiéndome incompleto, la tierra -para ser sembrada- debe ser quebrada. Mucho de ella sigue aquí cada vez que me sorprendo a mi mismo experimentando el claroscuro horizonte del arte.
Ella era arte total. Ella era una sucesión de ondas llenas de esa incansable búsqueda de la belleza y la expresión que se sintetizaban en su aquí y ahora. No exagero al decirlo, han pasado años y vida como para idealizarla, no tendría porque hacerlo. Cada historia (cada capa) que la formaba estaba llena de arte. Si a alguien vi tan conectado con lo esencial, con lo verdaderamente trascendental era a ella. Sabía dónde brillar y reflejar la luz que descubría. Sabia dónde buscar luz cuando le faltaba, y sabía cuando y qué la apagaba. Sabía encontrar, sabía ver, sabía sentir y sobre todo sabía expresar ese peregrinaje. A veces pensaba que todo lo que pasaba por su retina y su latido saldría convertido en otra cosa. Y sus manos lo transformaban. Quizá no con palabras, su lenguaje eran sus manos. Si tuviera algo con qué empezar a describirla sería esa postal de ella haciendo o creando algo con sus manos (quizá es por eso que me quedó este profundo respeto por el artesano y su mundo); también esa sonrisa que sólo ella podía tener mientras hacía lo que disfrutaba, tan llena de asombro como si fuese su primera vez y tan tranquila como si hubiese estado haciendo eso a lo largo de vidas y vidas. Su mirada tenía ese brillo que desplegaba una sutil malicia que desmenuzaba todo para volver a armarlo y saber -durante ese proceso- de qué estaban hechas todas las cosas; su materia prima era todo lo que pasaba delante de ella y su mirada eran como dos brazos y dos manos que tocaban todo para explorarlo…era capaz de ver un proceso creativo en todo material y la vida misma era su materia prima. Esa, su impactante aura creativa, su definitiva forma de ser para transformar, siendo definitiva en muchas cosas y e inaccesible, tan humana y tan efímera. Quizá por eso me costaba trabajo alcanzar su ritmo, deconstruir todos sus referentes. Me hacía sentir que estaba a años luz de su mirada y esa abrumadora diferencia era el gap que construía su otredad. Nunca me sentí tan desnudo de belleza, tan insensible y tan ignorante pero al mismo tiempo me hacía sentir esa cálida incomodidad como para aprender. Para encontrar mi propio camino de sentir. El mundo era un crisol de oportunidades para sentir y Verlo a través de sus ojos era la mejor forma de acompañamiento para, luego, tratar de verlo distinto. Y si en algún referente coincidíamos, sabría que me presentaría algo que no alcancé a ver, algo que ignoraba, algo que lo hacía doblemente bello. Su mirada encontraba ángulos que siempre me desconcertaban o asombraban. Desde la materialidad de un objeto, la composición de un espacio, la secuencia de una película, el motivo de un acorde, hasta el gesto de sentir en algún Niño o el trazo de la más olvidada pintura. Con ella había que sentir y ser responsable de poder expresarlo. A nivel de sensibilidad sabía que era un ser de otros aires. Pero si lograbas entrar en su universo encontrabas a una persona sumamente sensible, aguda, Sabia, bella, esencial, vital, congruente, generosa pues la forma en cómo logró conectar su vida a su principal vocación era - en sí mismo- un constante proceso creativo. Ella no dejaría pasar la oportunidad de transmitirte lo que sentía y cómo lo sentía, acompañarla en eso era maravilloso. Transpiraba creatividad, para ella no había nada que no pudiera ser transformado en algo más bello o en algo que conmoviera y conectara más. Antes que todo, ella era una increíble artesana, su vida era aplicar sus sentidos al hacer, buscaba inspiración más que respuestas, para ella vivir era fluir haciendo (dijeran en Oaxaca: descansando pero haciendo ladrillo) tocaba para crear, miraba para hacer, sentía para transformar. Me presentó un Oaxaca que creía conocer, tal vez esa fue la razón por la que regresé después a recoger mis pasos en ese pequeño estudio de artesanos que me volvió a conectar con su recuerdo y su legado que dejó en mi. Y nadie que haya conocido a un artesano podrá dejarme mentir cuando digo que es fascinante vivir una vida cotidiana con alguien así, no hay forma de estar aburrido, no hay forma de no sentirse abrumado por esa energía, por esa vitalidad y por ese infatigable deseo de vivir y de crear. Aprendes a cambiar. Me encantaba verla crear cosas con sus manos, me encantaba verla maquinando e imaginando; me encantaba verla imaginando cómo podría curar, intervenir o recrear un espacio, un objeto o una idea (propia o ajena). Ella, como buena artesana -que usa su vida para percibir y dejarse impactar por su entorno- era (es lo sigo creyendo) un ser muy generoso por consecuencia y por naturaleza; un ser empático. Era luz que se sabe luz y que sabe de su efecto en las sombras. Ese era su poder. Era agudeza, era disfrute (una sibarita en todos los sentidos). Era asombro, curiosidad, era magia y creatividad pura. Era costura, dibujo, cocina o lo que fuera pero hacer. Era hedonismo puro pero también sensibilidad y empatía. Su inteligencia era exuberante, ella misma hacía suponer que no hay exquisitez sin elegancia y su mente no solo resolvía, calculaba y adaptaba si no que creaba en todo momento. Estoy convencido que la corporalidad del artesano se traduce en soltura y en adaptabilidad para poder sentir, su cuerpo era piel en contacto, movimiento. Y su cuerpo también me enseñó incluso a sentirme.
Cómo amaba su mente conectada con sus manos!!! Su inteligencia era verdaderamente extraordinaria en ese sentido porque todo tenía una aplicación y una materialización. Bajo el signo Chino del dragón, un ser mítico que en su modalidad humana respondía -supongo que aún lo hace- al nombre de Sibyla haría honor a ese nombre poco común, no como cliché o como postura ( conocí muchas mujeres que se basan en una rareza suya para exagerarla y realizar una verdadera campaña de marketing para parecer únicas, ella no y lo sabía, su rareza era única ). Un ser tan mágico y tan exótico que me hizo entender lo que significa tener “duende” además de volar. Vaya que sabía volar!!!!!y vaya que tenía duende, en el sentido más Lorquiano, más gitano.
Habría vivido en Londres, habría recorrido y repartido pasos por lugares en el mundo que fueron ampliando su mirada y agrandando su corazón. Una mujer joven con tanto mundo, me hablaba de un Londres recorrido por sus martens y sus ojos, sí una mujer de mundo si es que esa etiqueta puede decir un poco de la profundidad de su existencia. Creo que ella misma se sentiría -ahora mismo- incómoda con alguna etiqueta o alguna clasificación, debería dejarlo hasta aquí en el mejor de los homenajes también a su modestia. Ecléctica, mundana en el buen sentido de la palabra, llena de vida, llena de sí. Inconforme. Ella.
Lo nuestro empezó entre un juego y un experimento. Definitivamente yo No hubiera sabido cómo acercarme a ella. Trabajábamos juntos o al menos en el mismo lugar, una productora de medios. Ella en la parte de producción y yo detrás de un escritorio en la parte de creación/ análisis de contenidos. Nada que decir, solo que estábamos destinados a estar en extremos que difícilmente no se tocarían. Pero nos tocamos o al menos -en mi caso- no podría resistir la idea de ser yo quien desafiara esa polarización entre ella y yo. Digámoslo simple, las ganas de “toparla” y un par de alcahuetes que les pareció interesante posibilitar un encuentro me valió de una estrategia en la que pudiera -muy equivocadamente- iniciar un juego de “conquista” (que absurda idea de entrada). Cartas (modo análogo y en átomos), regalitos, procesos y demás señas que me ubicaban como un stalker más que como un estratégico Don Juan empezó un juego anónimo que intentaba decirle que existía un admirador anónimo . Que al final, entre una insistencia y una ayuda de amigos en común, terminó en una cita para cenar. Recuerdo su sorpresa cuando se dio cuenta de que era yo. Esa mirada, después la entendería mejor. En esa tarde que quedamos para salir después del trabajo entendería (muchos años después) que el sólo hecho de abrirme esa puerta y mostrarse dispuesta sería tan definitivo en mi vida. Si alguien me hubiese preguntado (en años subsecuentes) volver a repetir y experimentar la adrenalina y el nerviosismo hubiera respondido un rotundo NO. Solo para no experimentar el dolor para recordar esa noche. Pues nunca más saldría intacto después de ese choque. Así comenzó todo.
Es difícil de precisar en qué momento todo fue evolucionando hasta que decidimos rentar una casa juntos y embarcarnos en un proceso tan precoz como abrupto. No se puede culpar a nadie de una locura compartida. Algo nos hizo pensar que éramos imparables, supongo. En mi caso jamás hubiese sentido la imperiosa necesidad de compartir mi vida con alguien, antes de eso siempre me invadía una sensación de asfixia y una sutil aflicción sólo pensar cambiar mi cómoda condición. Con ella, experimenté cosas que nunca habría imaginado. Todo empezó a cambiar. De ella aprendí que un espacio vital, el hogar, es el ambiente en el que se refleja nuestro mundo interno. Imaginar un hogar con ella, fue una idea que empezó a atravesarme. Pero también esa idea conectaba con la posibilidad de un hogar. Interesante cómo la idea termina pesando más que quien te la inspira.
Desde entonces todo lo que podíamos pensar era en llenar ese lugar que parecía enorme. Todo era una aventura que tampoco nos daba tiempo de hacerle caso a temas que no habíamos sospechado “inconclusos” antes de tomar una decisiones. Ambos tendríamos asuntos inconclusos que consideramos no tan relevantes por aclarar. Ella venía de una historia de amor muy intensa; yo venía de un par de historias que me habían enseñado al menos lo que no quería. Ambos resultado de historias distintas. Y ambos representando un camino distinto. Eso terminaba siendo una posibilidad: construir y al parecer había un objetivo compartido.
Tuvo que pasar algo completamente inesperado y contundente como para mostrarnos que la vida siempre tiene una forma de despertarnos. En algunos casos de maneras terribles.
Esa llamada a mi teléfono con su voz quebrada y su llanto, es algo que no podré olvidar. Me hablaba de un teléfono público y me contaba que su padre había tenido un accidente. Su padre había muerto y si media hermana estaba grave.
Lo que sucedió después fue una cadena de situaciones en las que nadie se detiene a pensar cuando se supone que estás tratando de construir una relación amorosa (aun en la mejor o peor situación de construcción). Situaciones en las que es sumamente complicado visualizarse o anticiparse, pero en las que definitivamente la verdadera naturaleza aflora. Las situaciones pueden ser sumamente desconcertantes, como irracionales o simplemente o demasiado humanas. Sin duda un acontecimiento que estaba impactando de lleno en el mundo de Sibyla, su familia y en consecuencia en mí quien estaba a su lado. Una situación tan dolorosa como incomprensible.
El proceso que empezamos a vivir nos llevaría a darnos cuenta de lo inmadura que sería todavía nuestra relación; de lo que nos faltaba por conocernos el uno al otro; de todos los temas que no habríamos sabido poner sobre la mesa para poder sobrellevar esta situación de vida que necesitaba de todo el amor, la comprensión, el conocimiento y la sensibilidad posible para poder sobrellevarla juntos. Sería un proceso que -de tajo- evidenciaría los temas que ignoramos, dejamos pasar o no mencionamos; evidenciaría todo lo que no dijimos, omitimos o no supimos decir. Nuestra relación se fracturó al punto que nos separamos de tajo por no saber cómo acompañarnos. Especialmente yo no sabía cómo estar de la mejor manera.
Nadie está preparado para eso.
Sibyla estaba pasando por esa tragedia, completamente sola; cuando uno está construyendo una historia compartida tiene a aislarse ( es un proceso normal) y aunque nuestras familias ya se habían conocido, cuando incluso yo habría convivido con su padre y hermana, aún cuando cuando nuestros amigos se conocían y los conocíamos nuestro proceso de pareja y de construir un hogar nos había llevado a estar ensimismados. Era natural que ella buscara, en estas circunstancias, las personas con las que sintiera fuerte y la ayudaran. Yo empecé a no sentirme requerido y sobre todo no sabía cómo estar y acompañar. Era una incomodidad muy desconcertante porque sentía que debía estar ahí. De a poco en poco me sentí fuera de lugar. Me sentía absolutamente impotente.
Todo se empezó a derrumbar cuando yo no sabía contextualizar o entender algunas acciones de ella y ella no podría tolerar algunas reacciones mías. El final tenia que llegar y llegó. Pudimos hablar en medio de una terrible confusión de no saber cómo ser menos letal, menos egoístas (cuando en ciertas condiciones es imprescindible serlo por pura sobre vivencia, especialmente ella o en mi caso por mi falta de entendimiento de cómo estar con ella). Ella habría recurrido a personas y estados conocidos y necesarios para poder sobrellevar esta terrible situación y entre esos elementales vitales estaba su ex pareja en quien halló una comprensión que yo no podría brindarle, también una complicidad que ella y yo no habríamos sabido construir en ese tiempo y sobre todo en los lenguajes silenciosos que tienen los que han osado por situaciones difíciles (los compañeros de vida). No hubiera podido entenderlo en ese momento, entender que ella tendría que echar mano de lo que fuera necesario para sobrellevar ese terrible dolor. No pude entenderlo y no tenia ni la claridad, ni la madurez para asimilar que ella no podría estar sola en ese proceso. Ella necesitaba hacer algo y es muy duro darse cuenta que yo no era lo que necesitaba por muchas razones, empezando porque hasta hace algunos meses yo era un completo extraño que llegaba a su vida.
No solo no lo entendí, no sabía cómo reaccionar. No tenía ni idea de cómo estar ahí cuando ella no deseaba que estuviera ahí. Mi reacción fue mala porque me sentía excluido. Cómo desmontar todo? Se me pedía que me fuera de ahí por el bien de su proceso. Y además tenía que hacerlo sin ser una molestia.
Terminó y no de la mejor manera. Terminó mal porque ella tendría todo el derecho de decirme qué es lo que ella necesitaba y quería; yo también asumía que (aun en esa situación) yo también tenía derecho a decirle que es lo que quería. No habría puntos medios y la casa terminaba siendo un tema y todo lo que habíamos empezado a construir. Yo terminé siendo el verdugo de esta situación al no aceptar seguir pagando una casa en la que no viviría y retirarme para que ella estuviera bien con su ex pareja. Por mucho que fuera muy clara al decírmelo era algo que no yo no lo aceptaría tan fácilmente. Era claro que no éramos lo que creíamos el uno del otro, esa prueba de conocimiento la tuvimos que reprobar en una situación tan lamentable cómo esta.
Todo terminó.
Ella regresó con su pareja con quien años más tarde tendría a su bellísimo hijo; definitivamente no te repones de una experiencia así tan fácilmente y sé que -inevitablemente- tuve que ser incluido en todo ese paquete de cosas que había que tratar de olvidar a como diera lugar. Yo terminaría regresando una propiedad en la que había invertido varías mensualidades por adelantado y vendiendo cada cosa comprada para recuperar algo de lo perdido, regresar a mi casa familiar y entender todo lo que realmente no había podido ver, de tratar de entender que fue más bien mi egoísmo lo que no me permitió entender mejor y cerrar de una mejor manera; terminaría también en un bello camino que eventualmente me llevaría -años después- a vivir con el amor de mi vida y construir un hogar para nosotros y nuestro hijo.
En el amor nada es gratuito. En el amor tampoco todo es pérdida. Ella dejó huella enorme en mi vida. No solo el arte fue lo que me dejó, como un proceso de aprendizaje, un proceso salvavidas, un refugio al que recurro siempre -sólo más que acompañado-. También me dejó un profundo aprendizaje de la propia insensibilidad, de lo terrible que es el egoísmo y el autoengaño. Aprendí -también- que uno siempre buscará a sus verdaderos amores de vida en los momentos más cruciales de su existencia porque con ellos existe esa complicidad, ese entendimiento y esa compatibilidad que trasciende toda etiqueta de vínculo. Aprendí que ojalá pudiésemos saber dónde encontrar a nuestros cómplices y sí -sea como sea- decirlo a pesar de que sea doloroso o difícil hacerlo. Sé que nunca me mentiste y me dijiste las cosas como eran a pesar de que eso implicaba romper todo. Aprendí que en la vida como en la muerte es importante tener claro a quien habrás de acudir para ser fuerte o ser débil, para estar completo o estar roto. Aprendí, aunque yo no pude ser todo eso para ella. Aprendí que una mala reacción puede ser la única forma por la que te termine recordando.
De ella me queda todo eso que compartimos, todo eso que me presentó, los pocos pero tremendamente sustanciosos viajes que hicimos, las risas, las largas platicas; Graceland de Simon, Taj mahal, sus comidas, sus proyectos, su forma de sentir, el estar juntos haciendo; la búsqueda interminable de pretextos para vivir aún cuando la vida esté llena de dolor.
Gracias Sibyla, muchas gracias por todo lo que me diste y por lo que nunca te di las gracias. Perdóname por no saber acompañarte en ese momento de vida. Sé que sigues volando, que eres una maravillosa madre maravillosa y un ser llenito de luz y de asombro.
Estuve en Connecticut y lo pude pronunciar bien.
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