INCONTINUUM

domingo, mayo 29, 2022

El arte de Sibyla

Es muy sencillo. No es una casualidad aleatoria que una persona llegue a nuestras vidas. De entre todas las combinaciones posibles, el que dos partículas choquen tendrá una razón de ser ¿no?  Pero si por un momento nos concentramos en que no es la partícula en sí, sino la trayectoria la que nos impacta, es decir la onda, entonces todo tiene otro sentido...todo cambia. Entonces veríamos la impresionante sucesión de eventos que nos impacta y empezaríamos a vernos y ver como ondas (más que personas en movimiento, somos narrativas que se siguen completando mientras sigamos moviéndonos) únicas e irrepetibles. Al final todo depende de la perspectiva como se mire. Lo que sucede después, entonces, es un nuevo despertamiento y vemos claramente lo que no pudimos ver.  Es claro que un accidente no se define por sus causas, sino por sus consecuencias. Como el amor, como la vida.

Ella no fue un accidente, dejaría tras de sí una gran onda expansiva que me llevaría al universo expresivo más profundo y más amado. Me llevaría también a experimentar el arte como un martillo que está diseñado a rompernos. No sólo me presentó un mundo abierto, abrió mi mundo. Quizá esa “apertura” no sólo tuvo su efecto cuando llegó; sobre todo lo tuvo cuando salió. Si existiera una disciplina forense que estudiara cómo se nos rompe el corazón sabría decir con precisión por donde es que entró y todo lo que se llevó cuando salió. Esa incompletitud me llevó a buscarme y hallar en el arte el mejor lugar para imaginarme, para reconstruirme y sobre todo para sobrevivirme. Me dio un lugar en el que me sentí pertenecer -aun cuando a la distancia parezca poco tiempo- , me mostró un camino diferente al que yo caminaba, después me sentí completamente solo. Pero es en la soledad donde se siente mejor, quizá sea el mejor estado para encontrar en el arte el mejor de los refugios. Así, tal vez sin proponérselo, entendí que el arte y la soledad se entienden bien. Ella fue esa maravillosa onda a la que nunca le conté todo lo que provocó en mi, quizá ese sería el costo de una onda que llega tan abruptamente como ella llegó y más aún como desapareció; ciertamente no supe hacer bien las cosas para terminar de decirle que mucho de lo que empezaría a ser y de una semilla que sólo se sembraría en mi sintiéndome incompleto, la tierra -para ser sembrada- debe ser quebrada. Mucho de ella sigue aquí cada vez que me sorprendo a mi mismo experimentando el claroscuro horizonte del arte.

Ella era arte total. Ella era una sucesión de ondas llenas de esa incansable búsqueda de la belleza y la expresión que se sintetizaban en su aquí y ahora. No exagero al decirlo, han pasado años y vida como para idealizarla, no tendría porque hacerlo. Cada historia (cada capa) que la formaba estaba llena de arte. Si a alguien vi tan conectado con lo esencial, con lo verdaderamente trascendental era a ella. Sabía dónde brillar y reflejar la luz que descubría. Sabia dónde buscar luz cuando le faltaba, y sabía cuando y qué la apagaba. Sabía encontrar, sabía ver, sabía sentir y sobre todo sabía expresar ese peregrinaje. A veces pensaba que todo lo que pasaba por su retina y su latido saldría convertido en otra cosa. Y sus manos lo transformaban. Quizá no con palabras, su lenguaje eran sus manos. Si tuviera algo con qué empezar a describirla sería esa postal de ella haciendo o creando algo con sus manos (quizá es por eso que me quedó este profundo respeto por el artesano y su mundo); también esa sonrisa que sólo ella podía tener mientras hacía lo que disfrutaba, tan llena de asombro como si fuese su primera vez y tan tranquila como si hubiese estado haciendo eso a lo largo de vidas y vidas. Su mirada tenía ese brillo que desplegaba una sutil malicia que desmenuzaba todo para volver a armarlo y saber -durante ese proceso- de qué estaban hechas todas las cosas; su materia prima era todo lo que pasaba delante de ella y su mirada eran como dos brazos y dos manos que tocaban todo para explorarlo…era capaz de ver un proceso creativo en todo material y la vida misma era su materia prima. Esa, su impactante aura creativa, su definitiva forma de ser para transformar,  siendo definitiva en muchas cosas y e inaccesible, tan humana y tan efímera. Quizá por eso me costaba trabajo alcanzar su ritmo, deconstruir todos sus referentes. Me hacía sentir que estaba a años luz de su mirada y esa abrumadora diferencia era el gap que construía su otredad. Nunca me sentí tan desnudo de belleza, tan insensible y tan ignorante pero al mismo tiempo me hacía sentir esa cálida incomodidad como para aprender. Para encontrar mi propio camino de sentir. El mundo era un crisol de oportunidades para sentir y Verlo a través de sus ojos era la mejor forma de acompañamiento para, luego, tratar de verlo distinto. Y si en algún referente coincidíamos, sabría que me presentaría algo que no alcancé a ver, algo que ignoraba, algo que lo hacía doblemente bello. Su mirada encontraba ángulos que siempre me desconcertaban o asombraban. Desde la materialidad de un objeto, la composición de un espacio, la secuencia de una película, el motivo de un acorde, hasta el gesto de sentir en algún Niño o el trazo de la más olvidada pintura. Con ella había que sentir y ser responsable de poder expresarlo. A nivel de sensibilidad sabía que era un ser de otros aires.  Pero si lograbas entrar en su universo encontrabas a una persona sumamente sensible, aguda, Sabia, bella, esencial, vital, congruente, generosa pues la forma en cómo logró conectar su vida a su principal vocación era - en sí mismo- un constante proceso creativo. Ella no dejaría pasar la oportunidad de transmitirte lo que sentía y cómo lo sentía, acompañarla en eso era maravilloso. Transpiraba creatividad, para ella no había nada que no pudiera ser transformado en algo más bello o en algo que conmoviera y conectara más. Antes que todo, ella era una increíble artesana, su vida era aplicar sus sentidos al hacer, buscaba inspiración más que respuestas, para ella vivir era  fluir haciendo (dijeran en Oaxaca: descansando pero haciendo ladrillo) tocaba para crear, miraba para hacer, sentía para transformar. Me presentó un Oaxaca que creía conocer, tal vez esa fue la razón por la que regresé después a recoger mis pasos en ese pequeño estudio de artesanos que me volvió a conectar con su recuerdo y su legado que dejó en mi. Y nadie que haya conocido a un artesano podrá dejarme mentir cuando digo que es fascinante vivir una vida cotidiana con alguien así, no hay forma de estar aburrido, no hay forma de no sentirse abrumado por esa energía, por esa vitalidad y por ese infatigable deseo de vivir y de crear. Aprendes a cambiar. Me encantaba verla crear cosas con sus manos, me encantaba verla maquinando e imaginando; me encantaba verla imaginando cómo podría curar, intervenir o recrear un espacio, un objeto o una idea (propia o ajena). Ella, como buena artesana -que usa su vida para percibir y dejarse impactar por su entorno- era (es lo sigo creyendo) un ser muy generoso por consecuencia y por naturaleza; un ser empático. Era luz que se sabe luz y que sabe de su efecto en las sombras. Ese era su poder. Era agudeza, era disfrute (una sibarita en todos los sentidos). Era asombro, curiosidad, era magia y creatividad pura. Era costura, dibujo, cocina o lo que fuera pero hacer. Era hedonismo puro pero también sensibilidad y empatía. Su inteligencia era exuberante, ella misma hacía suponer que no hay exquisitez sin elegancia y su mente no solo resolvía, calculaba y adaptaba si no que creaba en todo momento. Estoy convencido que la corporalidad del artesano se traduce en soltura y en adaptabilidad para poder sentir, su cuerpo era piel en contacto, movimiento. Y su cuerpo también me enseñó incluso a sentirme.

Cómo amaba su mente conectada con sus manos!!! Su inteligencia era verdaderamente extraordinaria en ese sentido porque todo tenía una aplicación y una materialización. Bajo el signo Chino del dragón, un ser mítico que en su modalidad humana respondía -supongo que aún lo hace- al nombre de Sibyla haría honor a ese nombre poco común, no como cliché o como postura ( conocí muchas mujeres que se basan en una rareza suya para exagerarla y realizar una verdadera campaña de marketing para parecer únicas, ella no y lo sabía, su rareza era única ). Un ser tan mágico y tan exótico que me hizo entender lo que significa tener “duende” además de volar. Vaya que sabía volar!!!!!y vaya que tenía duende, en el sentido más Lorquiano, más gitano.

Habría vivido en Londres, habría recorrido y repartido pasos por lugares  en el mundo que fueron ampliando su mirada y agrandando su corazón. Una mujer joven con tanto mundo, me hablaba de un Londres recorrido por sus martens y sus ojos, sí una mujer de mundo  si es que esa etiqueta puede decir un poco de la profundidad de su existencia. Creo que ella misma se sentiría -ahora mismo- incómoda con alguna etiqueta o alguna clasificación, debería dejarlo hasta aquí en el mejor de los homenajes también a su modestia. Ecléctica, mundana en el buen sentido de la palabra, llena de vida, llena de sí. Inconforme. Ella.

Lo nuestro empezó entre un juego y un experimento. Definitivamente yo No hubiera sabido cómo acercarme a ella. Trabajábamos juntos o al menos en el mismo lugar, una productora de medios. Ella en la parte de producción y yo detrás de un escritorio en la parte de creación/ análisis de contenidos. Nada que decir, solo que estábamos destinados a estar en extremos que difícilmente no se tocarían. Pero nos tocamos o al menos -en mi caso- no podría resistir la idea de ser yo quien desafiara esa polarización entre ella y yo. Digámoslo simple, las ganas de “toparla” y un par de alcahuetes que les pareció interesante posibilitar un encuentro me valió de una estrategia en la que pudiera -muy equivocadamente- iniciar un juego de “conquista” (que absurda idea de entrada). Cartas (modo análogo y en átomos),  regalitos, procesos y demás señas que me ubicaban como un stalker más que como un estratégico Don Juan empezó un juego anónimo que intentaba decirle que existía un admirador anónimo . Que al final, entre una insistencia y una ayuda de amigos en común, terminó en una cita para cenar. Recuerdo su sorpresa cuando se dio cuenta de que era yo. Esa mirada, después la entendería mejor. En esa tarde que quedamos para salir después del trabajo entendería (muchos años después) que el sólo hecho de abrirme esa puerta y mostrarse dispuesta sería tan definitivo en mi vida. Si alguien me hubiese preguntado (en años subsecuentes) volver a repetir y experimentar la adrenalina y el nerviosismo hubiera respondido un rotundo NO. Solo para no experimentar el dolor para recordar esa noche. Pues nunca más saldría intacto después de ese choque. Así comenzó todo.

Es difícil de precisar en qué momento todo fue evolucionando hasta que decidimos rentar una casa juntos y embarcarnos en un proceso tan precoz como abrupto. No se puede culpar a nadie de una locura compartida. Algo nos hizo pensar que éramos imparables, supongo. En mi caso jamás hubiese sentido la imperiosa necesidad de compartir mi vida con alguien, antes de eso siempre me invadía una sensación de asfixia y una sutil aflicción sólo pensar cambiar mi cómoda condición. Con ella, experimenté cosas que nunca habría imaginado. Todo empezó a cambiar. De ella aprendí que un espacio vital, el hogar, es el ambiente en el que se refleja nuestro mundo interno. Imaginar un hogar con ella, fue una idea que empezó a atravesarme. Pero también esa idea conectaba con la posibilidad de un hogar. Interesante cómo la idea termina pesando más que quien te la inspira.

Desde entonces todo lo que podíamos pensar era en llenar ese lugar que parecía enorme. Todo era una aventura que tampoco nos daba tiempo de hacerle caso a temas que no habíamos sospechado “inconclusos” antes de tomar una decisiones. Ambos tendríamos asuntos inconclusos que consideramos no tan relevantes por aclarar. Ella venía de una historia de amor muy intensa; yo venía de un par de historias que me habían enseñado al menos lo que no quería. Ambos resultado de historias distintas. Y ambos representando un camino distinto. Eso terminaba siendo una posibilidad: construir y al parecer había un objetivo compartido.

Tuvo que pasar algo completamente inesperado y contundente como para mostrarnos que la vida siempre tiene una forma de despertarnos. En algunos casos de maneras terribles.

Esa llamada a mi teléfono con su voz quebrada y su llanto, es algo que no podré olvidar. Me hablaba de un teléfono público y me contaba que su padre había tenido un accidente. Su padre había muerto y si media hermana estaba grave.

Lo que sucedió después fue una cadena de situaciones en las que nadie se detiene a pensar cuando se supone que estás tratando de construir una relación amorosa (aun en la mejor o peor situación de construcción). Situaciones en las que es sumamente complicado visualizarse o anticiparse, pero en las que definitivamente la verdadera naturaleza aflora. Las situaciones pueden ser sumamente desconcertantes, como irracionales o simplemente o demasiado humanas. Sin duda un acontecimiento que estaba impactando de lleno en el mundo de Sibyla, su familia y en consecuencia en mí quien estaba a su lado. Una situación tan dolorosa como incomprensible. 

El proceso que empezamos a vivir nos llevaría a darnos cuenta de lo inmadura que sería todavía nuestra relación; de lo que nos faltaba por conocernos el uno al otro; de todos los temas que no habríamos sabido poner sobre la mesa para poder sobrellevar esta situación de vida que necesitaba de todo el amor, la comprensión, el conocimiento y la sensibilidad posible para poder sobrellevarla juntos. Sería un proceso que -de tajo- evidenciaría los temas que ignoramos, dejamos pasar o no mencionamos; evidenciaría todo lo que no dijimos, omitimos o no supimos decir. Nuestra relación se fracturó al punto que nos separamos de tajo por no saber cómo acompañarnos. Especialmente yo no sabía cómo estar de la mejor manera.

Nadie está preparado para eso. 

Sibyla estaba pasando por esa tragedia, completamente sola; cuando uno está construyendo una historia compartida tiene a aislarse ( es un proceso normal) y aunque nuestras familias ya se habían conocido, cuando incluso yo habría convivido con su padre y hermana, aún cuando cuando nuestros amigos se conocían y los conocíamos nuestro proceso de pareja y de construir un hogar nos había llevado a estar ensimismados. Era natural que ella buscara, en estas circunstancias, las personas con las que sintiera fuerte y la ayudaran. Yo empecé a no sentirme requerido y sobre todo no sabía cómo estar y acompañar. Era una incomodidad muy desconcertante porque sentía que debía estar ahí. De a poco en poco me sentí fuera de lugar. Me sentía absolutamente impotente.

Todo se empezó a derrumbar cuando yo no sabía contextualizar o entender algunas acciones de ella y ella no podría tolerar algunas reacciones mías. El final tenia que llegar y llegó. Pudimos hablar en medio de una terrible confusión de no saber cómo ser menos letal, menos egoístas (cuando en ciertas condiciones es imprescindible serlo por pura sobre vivencia, especialmente ella o en mi caso por mi falta de entendimiento de cómo estar con ella). Ella habría recurrido a personas y estados conocidos y necesarios para poder sobrellevar esta terrible situación y entre esos elementales vitales estaba su ex pareja en quien halló una comprensión que yo no podría brindarle, también una complicidad que ella y yo no habríamos sabido construir en ese tiempo y sobre todo en los lenguajes silenciosos que tienen los que han osado por situaciones difíciles (los compañeros de vida). No hubiera podido entenderlo en ese momento, entender que ella tendría que echar mano de lo que fuera necesario para sobrellevar ese terrible dolor. No pude entenderlo y no tenia ni la claridad, ni la madurez para asimilar que ella no podría estar sola en ese proceso. Ella necesitaba hacer algo y es muy duro darse cuenta que yo no era lo que necesitaba por muchas razones, empezando porque hasta hace algunos meses yo era un completo extraño que llegaba a su vida. 

No solo no lo entendí, no sabía cómo reaccionar. No tenía ni idea de cómo estar ahí cuando ella no deseaba que estuviera ahí. Mi reacción fue mala porque me sentía excluido. Cómo desmontar todo? Se me pedía que me fuera de ahí por el bien de su proceso. Y además tenía que hacerlo sin ser una molestia. 

Terminó y no de la mejor manera. Terminó mal porque ella tendría todo el derecho de decirme qué es lo que ella necesitaba y quería; yo también asumía que (aun en esa situación) yo también tenía derecho a decirle que es lo que quería. No habría puntos medios y la casa terminaba siendo un tema y todo lo que habíamos empezado a construir. Yo terminé siendo el verdugo de esta situación al no aceptar seguir pagando una casa en la que no viviría y retirarme para que ella estuviera bien con su ex pareja. Por mucho que fuera muy clara al decírmelo era algo que no yo no lo aceptaría tan fácilmente. Era claro que no éramos lo que creíamos el uno del otro, esa prueba de conocimiento la tuvimos que reprobar en una situación tan lamentable cómo esta.

Todo terminó.  

Ella regresó con su pareja con quien años más tarde tendría a su bellísimo hijo; definitivamente no te repones de una experiencia así tan fácilmente y sé que -inevitablemente- tuve que ser incluido en todo ese paquete de cosas que había que tratar de olvidar a como diera lugar. Yo terminaría regresando una propiedad en la que había invertido varías mensualidades por adelantado y vendiendo cada cosa comprada para recuperar algo de lo perdido, regresar a mi casa familiar y entender todo lo que realmente no había podido ver, de tratar de entender que fue más bien mi egoísmo lo que no me permitió entender mejor y cerrar de una mejor manera; terminaría también en un bello camino que eventualmente me llevaría -años después- a vivir con el amor de mi vida y construir un hogar para nosotros y nuestro hijo. 

En el amor nada es gratuito. En el amor tampoco todo es pérdida. Ella dejó huella enorme en mi vida. No solo el arte fue lo que me dejó, como un proceso de aprendizaje, un proceso salvavidas, un refugio al que recurro siempre -sólo más que acompañado-. También me dejó un profundo aprendizaje de la propia insensibilidad, de lo terrible que es el egoísmo y el autoengaño. Aprendí -también- que uno siempre buscará a sus verdaderos amores de vida en los momentos más cruciales de su existencia porque con ellos existe esa complicidad, ese entendimiento y esa compatibilidad que trasciende toda etiqueta de vínculo. Aprendí que ojalá pudiésemos saber dónde encontrar a nuestros cómplices y sí -sea como sea- decirlo a pesar de que sea doloroso o difícil hacerlo. Sé que nunca me mentiste y me dijiste las cosas como eran a pesar de que eso implicaba romper todo.  Aprendí que en la vida como en la muerte es importante tener claro a quien habrás de acudir para ser fuerte o ser débil, para estar completo o estar roto. Aprendí, aunque yo no pude ser todo eso para ella. Aprendí que una mala reacción puede ser la única forma por la que te termine recordando. 

De ella me queda todo eso que compartimos, todo eso que me presentó, los pocos pero tremendamente sustanciosos viajes que hicimos, las risas, las largas platicas; Graceland de Simon, Taj mahal, sus comidas, sus proyectos, su forma de sentir, el estar juntos haciendo; la búsqueda interminable de pretextos para vivir aún cuando la vida esté llena de dolor.

Gracias Sibyla, muchas gracias por todo lo que me diste y por lo que nunca te di las gracias. Perdóname por no saber acompañarte en ese momento de vida. Sé que sigues volando, que eres una maravillosa madre maravillosa y un ser llenito de luz y de asombro.

Estuve en Connecticut y lo pude pronunciar bien.


sábado, mayo 21, 2022

Una pequeña aclaración

 Bien, tienes razón tú mi interlocutor, mi otro (pibe, chamaco, mozuelo, flaquito, pana, parcero, hommie, compita, mate, ami) hay que hacer una pausa a manera de aclaración antes de seguir. Favor de no malinterpretarme.

Vale la pena. Por favor léeme.

Inicié algo y habré de explicarlo, el derrame emocional empezó ( no en orden cronológico eso sí) hablaré  de cada una de las mujeres que verdaderamente amé (todas aquellas que nunca dejaron de estar en mí y las que tienen aún ese lugar en mi corazón, las que cambiaron mi vida y las que -aun en estos días- me mostraron cuán equivocado estuve, cuan letal fui, cuán perdido estaba. Escribo de cada una de ellas porque no supieron en lo que me transformé, me fui o las alejé, las dejé ir o no supe cuidarlas. Evité que se quedaran a ver el hombre que ahora soy o intento ser con todo mi corazón. Escribo de cada una de esas bellas mujeres en las que aún pienso y me sigo preguntando qué habrá sido de sus vidas. Hablaré tanto de aquellas que por razones de vida no volví a ver; tanto como de las que aún ahora seguimos en contacto. Las que aún están aquí, cerquita. Sabrás que solo hay dos -entre todas- que tal vez sin darse cuenta o sin quererlo se quedaron para ver todo este tortuoso proceso en el que seguí haciendo daño pero también en el que todo cambió. Serán testigos reales que alcanzarán -espero- a ver no lo que yo hice (hace tiempo que me declaré incompetente en hacer un verdadero cambio en mi mismo) sino lo que alguien más está haciendo en mi.  De ellas hablaré al final de esta serie porque siguen estando tan dulcemente presentes en mi vida que la historia sigue y no como parejas sino como grandes amigas y compañeras. Hablaré entonces de todas esas musas mías que fueron formando mi corazón y de nuestra historia. En todas las historias hay un factor común, yo no supe amar, no supe decir adiós, no supe quedarme. Yo soy el principal antagónico, el verdadero imbecil. No supe ser para ellas. Claro está, es mi versión y espero hacerle justicia a la honestidad y la autocrítica. Pero es simple, lo escribo en un momento de vida en el que me doy cuenta que en toda mi vida nunca pude amar correctamente porque no había experimentado el verdadero amor. Lo que daba era limitado, una falsificación desde mi punto de vista de algo más grande y que nos trasciende, daba un amor condicionado, imperfecto, egoísta, narcisista y superfluo. Escribo pues de y a esos magníficos seres que se atrevieron a dejarme acompañarles. Aún en esa inconsistencia e incompletitud. Entonces debo ser brutalmente honesto y aclarar que no tengo en mi corazón otra cosa  mas que gratitud y respeto, tampoco tengo intención de vanagloriarme pues en todas estas historias de amor me equivoqué enormemente. También ellas, supongo, pero sólo puedo hablar de la parte que me corresponde.

Sabrán entonces-  que también aplico la consigna del “si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada”. Y habrá nombres que no me dicen nada ni me valdrá decir absolutamente nada sobre ellas y la historia que compartimos. Ojo, no me es lícito odiar en este momento de mi vida, pero soy muy claro en esto. No hay nada de mi para esos nombres. Nada. Mujeres que ame en su momento y sentí algo significativo pero que no me aportaron -en esencia- en este proceso retrospectivo y que no tendría nada que decir de ellas o su paso por mi vida…personas que no abonaron absolutamente nada a mi, mi hijo y mi familia. Y no tengo nada más para ellas que guardar silencio. 

Lo que ama se nombra. Decir sus nombres es algo más que garabatear, es asumir que ese nombre cala y cala muy dentro. Decir su nombres (no sus apellidos) es reconocerlas y ligar ese recuerdo a sus letras. Es delimitar su territorio tan único en mi corazón.

Y sobre volar?

Paréntesis sobre el uso de volar como metáfora. Un poco para -también aclarar el punto anterior-.  Volar en este contexto significa la consciencia y la certeza de que no nacimos para cumplir un molde o un supuesto, un deber ser. Volar es saber que todos tenemos un propósito tan personal como único. Y totalmente responsable pues. Volar es estar convencidos que estamos diseñados específicamente para ir a por el. Volar es estar tan preocupados usando las alas en una dirección específica, que no se intenta controlar la historia porque estamos en ese propósito de vida. Volar junto a alguien supone en todo caso tener consciencia del propio vuelo y el respeto por el otro y su vuelo. El respeto de no intervenir y de saberse un compañero que hace exactamente lo mismo: volar. Volar Justo nos pone en un mismo aire y en ese sentido nos iguala. En esa condición entonces no hay juicio, control o acaparamiento. Las personas que obstruyeron ese vuelo no están aquí.

Los caballeros no tienen memoria? Tal vez. Pero también este es y será un último experimento creativo, terapéutico, narrativo y espiritual en el que trataré de dar gracias, aceptar mi responsabilidad afectiva y saber pedir perdón. Aprender para la persona que está esperando por mi y yo por ella. Aceptar para verdaderamente cambiar. Ser para el otro y no sentir que uno se anula, ser para el otro por y con amor, con alegría y saber que el otro sabe -a ciencia cierta- ver esa intención del corazón sin juzgar, sin demandar. 

 Y sabrán que es más un ejercicio vital y necesario en esta fase de mi vida, reconocer y decir lo que no pude decirles en esas tantas vidas pasadas en las que fui a su lado. Porque no tenía lo que tengo ahora -por un lado- y porque afortunadamente algo ha cambiado en mi -por otro-. Es, de alguna manera, mostrar que no se elimina del todo lo que alguna vez se amó, sino que se incorpora a nuestra narrativa, cada historia es determinante y son elementos fundamentales, paradigmáticos que marcaron mi vida. Ahora entiendo y veo un poco más claro porque sé a quien acudir para reconocer mi falibilidad. También es el recuerdo y testimonio para la mujer que será la definitiva en mi vida; con la que envejeceré, la mujer testigo que finalmente podrá saber a partir de éste mapa si efectivamente he aprendido la lección. Con la que finalmente vuele a la par. Ella sabrá leerme y sabrá ver que mi intención es reconocer que sólo soy un patan en recuperación. Si un patán que se avergüenza y renuncia definitivamente a esa, su naturaleza. Consciente de que no aspiro ser más que un corazón contrito que se quiere completar. A estas alturas del partido -ella- sabrá que no soy una aparición espontánea, no soy “nuevo”, que no viví aislado, que soy de segunda mano como todos y que soy también el resultado de buenas y malas decisiones, formado -como onda que soy- por una historia afectiva que la impactará;  que tengo precedentes, amorosas referencias de una micro evolución en la que reconozco que no soy absolutamente perfecto pero estoy dispuesto a mejorar y aprender de cada paso. Con ella. Ella -lo sé- sabrá leerlo. Y sabrá juzgar o comprender. Sabrá que he amado y me han amado profundamente. Que lastime y me lastimaron de la misma manera. Y que quiero hacerlo todo distinto ésta vez. También y no menos importante, es la explicación a mi hijo del porque su papá le insiste en hackear su masculinidad y formarse como un buen amigo y compañero.  A veces -como padres- se nos olvida que podríamos enseñar a nuestros hij@s el complejo arte de ser una buena pareja. Enseñarlos a amar y ser amados también es una formación indispensable. En mi caso, a mi hijo le tocará aprender del peor de todos los hombres pero supongo que alguna ventaja tendrá partir del hecho de que fallé en todo y aún sigo teniendo la esperanza -en mi acidez- que envejeceré con alguien a quien le daré lo mejor de mi.  También sabrá que no soy yo el responsable de mi rehabilitación, que alguien infinitamente superior a mi me ha cambiado y me transforma cada día y que me sigue enseñando que no puedo dar amor sin quebrantamiento y humildad, sin agradecimiento y conciencia de que soy absolutamente imperfecto. Sin reconocer que el amor que necesitamos dar, no surge de nosotros totalmente, que proviene y se complementa de un amor inmenso. Mi hijo, la mujer para que fui creado, mi familia, mis amigos sabrán exactamente que ahora soy una criatura nueva, un ser en proceso que no se puede amar, ni amar sin haber experimentado el único amor verdadero qué hay y que sobrepasa todo entendimiento. 

Dicho lo anterior. Partamos del hecho -habrá que aceptarlo- que el único malo de cada historia narrada aquí, soy yo. 

Entendido el principio constructivo de este ejercicio. Sigamos.


viernes, mayo 20, 2022

Tan extraordinario como cualquiera

 Llegué de último, aparecí de pronto en casa como el más pequeño. En las familias grandes no hay reinados muy largos. Un simpático intruso. Como siempre, todos llegamos a esta fiesta que ya ha comenzado. Una conversación avanzada a la qué hay que incorporarse.

Una hoja en blanco que de a poco se fue llenando y con una historia pre-cargada y otra más por actualizar. Un nuevo dispositivo al qué hay que bajarle todas las apps disponibles para ser un buen ciudadano, el peso de la expectativa, justificar la existencia y la intromisión: lenguaje, listo! Idiosincrasia, listo; buenos modales, listo; respeto a los mayores, listo; fe en 17 tomos y religión en 366, listo! Música y quehaceres, listo!; como ser hombre, listo!! Y así y así.

Una infancia sin accidentes ¿Qué iba a saber yo de otras cosas?. “Déjaselo a los mayores que ellos sí saben lo que hacen, están aquí antes que nosotros”. Nunca tan feliz, nunca tan ignorante; nunca tan puro y siempre, siempre menos letal. Pereciese que un niño nace incompleto y es muy fuerte esa tentación del sistema de llenarlo; pero creo que es lo contrario, que nacemos completos y nos vamos desacompletando y fragmentando en pequeñas habitaciones vacías insoportablemente limpias qué hay que llenar. Nadie sabe quien nos llena, pero cuando queremos llenarnos ya no tenemos tanto lugar y terminamos aceptando lo que ya hay dentro. Le decimos congruencia o “así es la vida”. Un anciano diría que su mayor estupidez fue desear vehementemente ser un adulto (que resumiendo es vivir o intentar sobrevivir con lo que nos pusieron dentro). Un anciano es un niño decepcionado, aturdido y desorientado que va de regreso. Como si hacerse chiquito le permitiera regresar a un edén que todos hemos perdido. El exilio, la migración hacia ningún lado. 

La adolescencia es una enfermedad crónica, no una condición ni una etapa. Hay quien no sobrevive a ella. Y las hormonas son el medio de contagio . Se es lo suficiente y hormonalmente arrogante y prácticamente un simple imbécil. Un capullo que se rompe desde dentro y si lo ayudas le agregas más taras a su existencia. Sin grandes novedades. Pasamos de ser seres sintientes a seres deseantes. El deseo nos carcome por dentro y el cuerpo se desgarra por dar su último estirón. Nuestro aguijón rompe carne viva para brotar y anunciarnos en el mercado. Equipados con el veneno más mortal, somos tan torpes como peligrosos. Esa parte de la historia la escribieron los descalabros y las desilusiones. Tanto dañamos cómo nos dañaron por tratar de estar cerca de alguien. Un torpe y jarioso puercoespín. Chocar de frente con uno mismo y aparentar que no pasó nada, chocar con otros sin saber qué es lo que pasa, asumir los daños y cada quien que se lleve su golpe.

Luego, sin ningún rito de paso, una juventud que hay que domesticar. Una especie de estado vital de ira y contención, un brutal don que traza nuestra propia jaula la cual hay que saber sobre llevar con orgullo. Caerse espectacularmente pero levantarse y decir "así me agacho". Ese recorrer nuestro pequeño gueto de poder de unos cuantos metros y decir “aquí soy libre”. A esas alturas ya con dos que tres abolladuras en el corazón y miles de intentos de reparación arrastramos un cuerpo en decadencia y un deseo cada vez mas descontrolado. Varios derrames emocionales y la convicción que nadie sabe lo que hace pero hay que fingir que sí. La vida no fue mejor desde ahí.

El app de “ser alguien en la vida” exigía pues una actualización. Amenazaba un colapso irreparable si no se presentaba un plan de acción inmediato. Te estás tardando. Sé un hombre!!!! El margen de error se redujo dramáticamente: si antes la cagabas 100 veces ahora no puedes cargarla más de 10 y así hasta que no queda ninguna oportunidad como se te acaban las vidas en un videojuego. A quejarse a su casa que puedes ser tachado de "poco hombre". Amé/odié, aprendí/ desaprendí, me contuve/ me dejé ir; callé/ grité…me quedé/ me fui…me domestiqué. Escribí tanto que terminé por botar todo / dejé de escribir, eso es de quinceañeras o de perdedores. Que eso chaval, no sirve,  que te lo digo, que es perdida de tiempo, que hay que ser un buen competidor, un exitoso macho alfa que sabe obedecer. Esas diálisis me dejaron vacío, sacar lo que no te da para vivir o para llenar con las ideas productivas como el éxito (hasta tomé un curso de cómo ser un cabrón sugerido por una ex jefa feminista que no dejaba de ser un macho consagrado, clasista, racista y prejuiciosa), la estabilidad, la obediencia, el futuro, las expectativas,  la fabulosa promesa de fluir en el río de la normalidad. Y la normalidad me hizo ser un candidato para lograr muchos de mis sueños, ser elegido por una gran mujer como su compañero y un posible buen padre aunque el tedio de esta etapa nos pega a todos y terminé siendo un hombrecito normal, tan extraordinario como cualquiera, que terminó por perder el respeto de todos y de ella. El diagnóstico fue: se acabó, todo es tan frágil así que, sin chillar y a otra cosa mariposa.

Y llegar a un punto en el que -por alguna razón debes sentirte orgulloso- encontrar un propósito y dejarte ir hasta morir que esa es la idea general. Saber estar roto, sin tanto drama. En una encuesta en Estados Unidos preguntaron a miles de estadounidenses por qué van a trabajar todos los días y la mayoría coincidió (acertó) a decir que “porque todo mundo lo hace”…la motivación de segundo fue para pagar las deudas y una tercera fue para “trascender”. Que hay que ser productivo porque si no nadie te verá. Y este protagonismo tan inculcado y tan arraigado nos lleva a una carrera despiadada a la que llegamos a estrellarnos de frente con la realidad. 

La adultez en pleno. El simulacro más bien orquestado y elegantemente eficaz. Encajaste? Los requisitos son simples y básicos. Pretender que ya lo entendiste todo, pretender que todo está cool. Que ya eres más que un adulto, casi un viejo rabo verde. Todo va bien hasta que algo te sacude, la negatividad que fuiste guardando debajo del sillón en tus diarios argumentos de “bien vivir” ahora te saltan de la nada. Nadie te aseguró nada y comprendes que solo hay dos tipos de adultos (como hay dos tipos de motociclistas) los que cayeron y los que van a caerse. Y caes y el resto es volver a levantarse. con uno que otro "poco hombre" y "te faltan huevos". Uno que otro buen comentario y una tímida recomendación....cientos de likes de gente que no tiene ni idea de quien eres.

Pero, flaco, otra vez? No todo son malas noticias. Flaco, déjala correr!

Compi, ahí empieza todo. Cuando ya nada de eso te importa. Cuando definitivamente no tienes nada que demostrar, nada que ocultar. 

 Una cosa es saber qué día naciste y tú secuencia de afortunados o desafortunados eventos vitales y otro es el verdadero nacimiento, ese día que te das cuenta el por qué es que estás aquí. No es tan romántica la llegada, sólo veamos como es la despedida, es más bien un tour personalizado que va del tamaño de tu corazón. No preguntas ya “qué te pasó”, preguntas un simple y raja tabla “quién te pasó”. Al final todos improvisamos a partir del desencanto de la vida y aprendemos a vivir con lo que queda, haciendo malabares como los chinitos, tratando por todos los medios de no caer y no enojarse (porque el que se enoja pierde).

tan extraordinarios como cualquiera...

  

Las caderas de Carmen

Recibí su llamada. Habrían pasado semanas después de la última vez que ostentábamos el título de un “nosotros”. Nuestra última noche juntos sería el precedente inmediato a esta sorpresiva llamada que parecía no tener una razón de ser. Pero al escuchar esa voz tan familiar como extraña todo empezó a tener un poquito de sentido, algo me volvió a conectar. Una especie de deja vu que una parte de mi estaba esperando volver a presenciar. Sabíamos que estábamos transgrediendo un silencioso pacto. Su voz nunca fue tan fría y amorosa a la vez como ahora. La curiosidad desactivó mi sistema de defensa. Me decía que viajaría a Brasil y sin darnos cuenta habríamos terminado organizando que yo la llevaría al aeropuerto. Sería una doble despedida y -lo que aprendí desde entonces- es que en una despedida nunca se sabe cuántos adioses se dirán.

Carmen, esos ojos me ensañaron tantas y tantas cosas, no podría ser de otra forma con el tamaño de ese nombre (no sé si nos nombran por lo que ven en nosotros o por lo que de alguna manera el nombre terminará haciendo de nosotros), habría vivido tanto cuando “chocó” conmigo, no era broma cuando le decía - a manera de chiste picante- que con ella me habría terminado de criar. Ella se atacaba de risa pero sabía que era verdad. Ella sabía muchas cosas. Ella sabía más cosas que yo. Esa sería la verdad mas absoluta a la que le debo -ahora- toda mi gratitud como hombre y como amante. Cada aspecto de su vida era tan congruente con su fortaleza y su forma de ser, una cautelosa y amorosa felina sobreviviente (bajó el signo del tigre no podríamos esperar nada menos). Habría crecido en una de los barrios más duros de la Ciudad de México y habría sobrevivido a todos los embates de un sistema que puede doblar a cualquiera. Ella habría sorteado todo, habría lidiado incluso con su propia naturaleza y había ganado. Cuando decimos en México que “te falta barrio” decimos que te falta vida, que te falta agudeza, que te falta hambre, hambre de vivir y ella estaba ahí porque le sobraba barrio. Ella era una guerrera. Puedo decir, sin equivocarme que fue la mujer más mujer que habría conocido hasta entonces y -por supuesto- mi vida nunca sería igual después de ella. Marcaría cada centímetro de mi piel. Dejaría una huella profunda en mi. Un casi inconquistable precedente, rotunda referencia que dejaría expectativas difíciles de superar al tratarse de las mujeres que llegarían a mi vida. Su extraordinaria belleza consistía en un elegante y vital entramado de una  fuerza de sobreviviente y genuina ternura que sabía ocultar en un impulso casi masculino de ser tan echada pa’lante, frontal, militante. Tan contundente, tan atractiva, tan explosivamente sensual y suspicaz que no sospecharías el tamaño de corazón que latía dentro de ella. Sus ojos, su piel, su sensualidad, su boca, su pelo tan negro y esas piernas, ese bailar, esa forma de devorar la vida, de degustarla y de saber disfrutar. Ella era asombro e impulso al mismo tiempo, las dos grandes y pesadas puertas que encerraban la ternura de la niña que fue y a la que en algún momento juró proteger con su vida, de todo lo que la pusiera en peligro, incluso de ella misma. Donde entraba congelaba a más de una mirada. Maravillosa conversadora, con contagiosa sonrisa, humor negro, brillante sentido del humor, agudeza analítica que de alguna manera habrían confundido a cualquiera cuando la veías bailar, esas caderas que me enseñaron a bailar salsa y disfrutarla ; y más aún cuando te encontrabas con esos enormes y bellos ojos suyos. 

 Como toda estrella que brilla tan intensamente, ella tenía en sí misma su propia carga de letalidad y fatalidad. En ella estaban contenidos todos los misterios y enigmas que me enchinaban la piel pero también todos los que aprendí a lidiar con cautela. Porque esa fatalidad y esa letalidad se activaban en un aguzado sistema de autodefensa tan eficaz como refinado que podría ser autodestructivo. Y arrasar con todo. Sabría también lo que es capaz de hacer una mujer de ese tamaño cuando se enoja.Para mi fue encontrarme de pronto frente a una mujer tan inmensa, tan profunda, tan fuerte…tan guerrera. 

Ella fue mi superior en mi primer empleo formal. Como un estudiante recién egresado con una especie de velo de ingenuidad y arrogancia en los ojos mi perspectiva estaba tan limitada y tan ensimismada que cuando choqué de frente con ella, simplemente todo se desvaneció. Chocamos tan fuerte y tan sorprendentemente rápido que sin darnos cuenta estábamos ardiendo sin saber cómo habríamos llegado a ese punto. Con la misma edad ella ella estaba en un punto que yo apenas podía imaginar a un nivel profesional. Creo que yo le recordaba el momento que alguien de su edad (en un flujo normal) habría vivido y ella -a su vez- me presentaba lo que yo quería ser. Ella en esencia consolidó mi oficio. la investigación, la artesanía de saber preguntar. No sé si alguna vez supo realmente cómo la admiraba y cómo la quería; muchas veces pensé que bajó su ritmo sólo para volar juntos. Cómo me retaba y cómo le temía; pero también cómo me dejaba ser su hombre y darme un lugar en su vida. Encontramos un lugar común, donde arder sin reclamos. Después de cada beso recuerdo su cara de sorpresa, su no entender del todo qué estaba pasando y lo dejó pasar y me dejó entrar en su vida. Y me hacía pertenecer en su mundo. Sorprendidos de sabernos, de súbito, ligados por una extraña y paradójica fuerza que rompió con su coraza y modificó mi ceguera. Fue en esa tarde, en el centro, un zócalo abarrotado donde me dí cuenta que en medio de ésta ciudad con millones de habitantes, ella se convertiría en mi prójimo más cercano y la única habitante que me generaba curiosidad. Estoy casi seguro que fue esa conversación tan profunda (sorprendente), un beso y un tratar y un empezar -vehemente-  a decirnos adiós durante más de 3 años. Cumpliéndose esa sentencia de Pedro Salinas que dice que el amor es un adiós que no termina.

Cuando estábamos juntos ardíamos. Éramos dos pequeñas brazas que buscaban un pequeño lugar o un tiempo para poder arder y sorprenderse de las llamas que salían. La veía reír y podía ver más allá de esa mujer ruda que había llegado hasta ese punto de su vida aún en contra de todo pronóstico. Entendí cómo se puede vivir estando solo y amar como el mejor de los acompañantes. Veía a esa niña vulnerable de grandes y profundos ojos castaños detrás de ese entramado y ya no se ocultaba con miedo, poderosamente frágil, poderosamente amorosa, ilusionada. Reíamos tanto, conversábamos, debatíamos, discutíamos desde su esquina militantemente sociológica y mi ecléctica e ingenua impostura. Noches sin dormir, sin darnos cuenta del tiempo. 

Una noche, un “te amo” y una mirada -que se sostuvo por varios segundos- acompañó un “terminar” que sería un comienzo del que no pudimos deshacernos tan fácilmente. Ese momento abrió una pequeña caja que ya no pudimos cerrar. En ese momento no habría nada más que desnudar, quedaríamos tan expuestos, en músculos, tendones, órganos vitales que no les quedaba más que abrazarse. Lo nuestro fue tan visceral y tan intenso que -a la distancia- creo que ella nunca me perdonó  ese “te amo” tan descarado y tan "igualado", en ese momento, en esa obscuridad, en esa vulnerabilidad que la quebró y nos quebró tanto que cuando quisimos volvernos a vestir (a armarnos) tomamos piezas uno del otro y darnos cuenta que a partir de ahí permaneceríamos desnudos el uno ante el otro aunque quisiéramos volver a vestirnos. Y nunca nos dimos cuenta que quedaríamos ligados en esa vulnerabilidad, en la que eventualmente nos haríamos daño, continuamos. No me perdonó lo tanto que la debilitaron esas dos palabras y más aún cuando se dio cuenta que -también- esa palabra se desgastaría, la desgastaríamos los dos con nuestro propio y compartido fuego. Nuestra propia naturaleza. Éramos tan parecidos, sólo que en etapas diferentes.

La fuerza de nuestra explosión, la fatalidad que ahora ya compartíamos nos llevaba una y otra vez a simulacros de vida a olvidarnos un poco de nuestra propia naturaleza, de nuestro veneno, de nuestros monstruos. La idea de una vida juntos terminaba siendo una condición en la que intentábamos armar un puzzle cada vez más inmenso y perdiendo las esquinas. La mujer guerrera es territorial, y sabe que nada de lo que tiene es gratuito. El hombre inconsistente es escurridizo y por no saber qué busca…no sabe tampoco lo que encuentra. Cuando se arde en esas llamas todo puede ser alcanzado por el fuego. Nunca aprendimos a poner límite y proteger el fuego de nosotros y a nosotros de ese fuego. Tóxicos antes de saber lo que significaba ser tóxico, sabríamos que asumir roles activos y pasivos implicaba jugar un peligroso juego que lo único que dejaría tras de sí, serían heridas que buscaríamos -sin éxito-  cicatrizar con fuego y lo que quedaba era un profundo e irreparable dolor. Cambiábamos un mal por otro, el ritmo se aceleró. Y de pronto todo fue alcanzado por lo que empezó siendo chispas y ahora flameantes brazos  arrebataban la esperanza de controlar el fuego. Crecí también. Como todos esos incendios, intentábamos corregir, conectar, buscar los resquicios, el sentido para seguir “vivos” y juntos y poder retomar el calor, el vuelo. Pero las explosiones no son síntomas de un fuego que dure. Quedaba la sensación de que quizá no habría una próxima vez. Nuestro ardor tenía en sí una pregunta profunda que no nos atreveríamos a contestar. 

La distancia nos alcanzó. La biología también. La prisa por saber que como fuegos también somos incendiarios. Ella, inevitablemente, había llegado a la siguiente etapa por más que quiso esperarme. No fue falta de paciencia ni ganas de estar, era la inevitabilidad de su propia naturaleza. Yo habría hecho lo mismo. Lo hice después. Volver a arder otra vez es la pulsión del fuego. Y aun cuando el fuego era abrasador la tristeza se dejó ver. El final estaba ahí. Pero ella, Ella nunca se sabía rendir. 

Un día -en esa inercia y estando de campo fuera de la ciudad y quizá en uno de las tantas separaciones que tuvimos intermitentes para respirar el uno del otro- recibí un mensaje en mi correo y mi teléfono. Decía que tendríamos un hijo. Decía que este fuego titubeante tendría un nuevo comienzo, una posibilidad de poder quitar el pie del acelerador, un respiro para dejar de incendiar y pasar a dar calor. Esa noche en Hermosillo se sembró en mi una pequeña semilla que cambiaría mi vida y replantearse todo en un momento en el que mi propio vuelo me entusiasmaba y conciliar es idea que -en mi caso- me llevaría a lo más bello que más adelante viviría, pero no necesariamente en ese momento. En cambio,  en ella, esa semilla sería la ruta que la movería con la misma fuerza que llegó a mi a su siguiente territorio y al que llegaría más rápido  -sin duda- conmigo o sin mi.

Pero la vida opera.

Lo intentamos. Lo intentamos. Lo intentó. Lo intenté. Lo..

La vida solo pudo decir : No, en esta ocasión no. En esta no.

Y -estoicos- Aún seguimos intentándolo por un tiempo más. Fue un acompañamiento silencioso de parte mía y un duelo en ella. Tristes, rotos, devastados. Nunca pudimos volvernos a ver otra vez a los ojos y decirnos qué estaba pasando con nosotros en ese momento. Vimos que nuestro vuelo se desincronizaba. Y de a poco el mismo vuelo nos llevo a distintos aires. Continuamos tratando de reconstruirnos después de ese “no”. Ella no se rendiría tan fácilmente. No sabía mucho de esa posibilidad pero el fuego habría sido abruptamente apagado por un “no” que nos decía la vida. Un “no” que quizá no habríamos sabido decir nosotros. Un “no” que nos superaba y que terminaría por acabar con todo. Un "no" que cada uno veía de distinta forma. Y algo se rompió, algo que tal vez nosotros no hubiéramos sabido romper. En las grandes civilizaciones como en las grandes historias de amor, hay un componente interno -no externo-, arraigado en su propia naturaleza, que terminará destruyendo todo hasta los cimientos mismos y desde el mismísimo centro de su corazón.

Y esa última noche, por primera vez hacíamos el amor con una profunda tristeza sabiendo -sin decirlo- que todo habría terminado. Lo sabíamos pero no nos atrevíamos a decirlo. Decirlo hubiera sido una traición al proceso que ya se había desencadenado. Era el fin y al parecer nuestros cuerpos no habían sido notificados de esa noticia que ya estaba consumada en el corazón y la mente. Los cuerpos se despiden de una sola forma, la única forma que conocen y no entienden de argumentos. Fue como si en algún momento, ella por su lado y yo por el mío, nos escindiéramos de nuestros cuerpos y nos sentáramos a ver cómo esos dos cuerpos trataban de decirse adiós y veían a estos dos vouyeuristas inmutables  ver cómo se desintegraba la humedad y la sombra.   Nuestros cuerpos, esa noche hicieron un pacto secreto que solo los cuerpos hacen, no volver a tocarse. Un pacto que hace que de vez en vez sueñe con ella, en esa habitación, en esa última noche y en esa última vez.

Hasta que…

Llegué a su casa. Era su salida a Brasil. Puntual, cómo quedamos, como para tener una platica antes de acompañarla hasta las salidas internacionales. Caminábamos en piloto automático, no dejaba de ver sus pies y escucharla. No sabría el porqué me habría llamado para llevarla al aeropuerto hasta mucho después. Despedirnos y encontrarnos en un aeropuerto hacia parte de nuestra historia (nuestros viajes juntos al mar que tanto amaba, desde una sorpresa a escapada Colima o Acapulco hasta tener una cita en Costa Rica) pero en el momento en el que se subió al auto supe que esta vez sería totalmente distinto. Algo en su mirada me haría suponer que me diría algo serio y determinante. Definitiva como ella en ese momento. Nunca me mintieron sus ojos. Nos pusimos al corriente de esos días, con una especie de respeto de colegas que se re encuentran de manera accidental. En algún momento paró abruptamente y Me dijo que sería madre y que cumpliría su sueño. Todo el performance de colegas se desvaneció. En ese punto, como si se tratara de un plan perfecto, ya estábamos en la entrada a las salas de espera. No hubo mucho tiempo de pedir explicaciones. Sus ojos lloraron, se dio la vuelta y nunca más la volví a ver a los ojos. La vi como se iba sin voltear y se perdió entre el río de gente.

Siempre me quedé con la idea de poder decir algo. De poder cerrar, estaba claro que ella lo estaba haciendo y lo hacía a su manera. Yo sabia que lo que dijera no cambiaría absolutamente nada,  pero sabía que había algo que tenía que decir y que no pude decir en ese día. Nunca tuve oportunidad de hacerlo en los años siguientes. Realmente me faltó ese adiós.

Volví a verla años después. La vi pero no la miré a los ojos. La vi a una distancia considerable , observando - a su vez - atenta a su hijo jugando a lo lejos. Yo también sería padre y asistía a una boda de un amigo común, mi mujer no me acompañaría por estar en su octavo mes. Yo estaba en el momento más importante de mi vida, en el destino que soñé cuando decidí seguir mi vuelo. Estuve solo un par de horas y no tuve la fuerza de acercarme a saludarla. Me limite a ser un invitado que restringía su mirada hacia esa área donde estaba ella con algunos colegas comunes. no me pareció tan grande, me pareció simplemente más ella. en su justa dimensión. Un observador observando a otro observador que observa. Un observador que decidió retirarse antes y llevarse lo vivido. Creo que la mejor forma de poder cerrar -ahora lo entiendo- es ver que estaba feliz y ya no tendría que esconderse detrás de su fortaleza. 

Carmen siempre voló conmigo al punto que nos estrellamos varias veces en esos vuelos, fuimos muy lejos, fuimos muy alto. Y yo volé con ella. Nos gastamos las alas hasta el punto que no pudimos seguir volando, agotamos el tiempo que se nos concedía. Lo nuestro fue de una intensidad que al menos para mí, marcaría mi vida. Supimos cuánto amor nos cabía de una sola vez. Me enseñó a volar muy alto y a volar sin miedo, aún con la convicción de que las caídas son duras. A sabiendas de que entre más alto se vuela es más dolorosa la caída. Aprendí a arder con ella. Aprendí del fuego y aprendí de la verdad oculta de las estrellas: que en ellas está, inevitablemente, contenido pero latente su propio fin.

Nunca te di las gracias por todo lo que me enseñaste. Carmen, sé que sigues volando y sigues siendo la guerrera que conocí y sigues siendo fuego, un fuego que ahora sabe dar calor. Gracias Carmen, Gracias.


Las alas de Lola

Lo único que no se puede perdonar -diría ese poeta de tranvías y trasiegos- es que no sepan volar.

Pero detengámonos un poco aquí, vaya flaco, déjala correr!

Ella era ella. Y creo que nunca conocí a mujer más auténtica como ella. No era su edad, su fascinante norteñez , su dolorosa sonrisa, su espectacular sentido del humor, su piel y esa mirada que me sigue quebrando…ni siquiera sus ojos que serían la oda gráfica de todo oriental. Esta es mi oda escrita por su furiosa y absoluta feminidad. No, era ella a secas ella y punto. Sin complicaciones. Tal cual. Su contundente unicidad, su deshilachada totalidad. Su abrumadora totalidad que golpeó todas mis teorías.

Respondía al nombre de Lola (no podría ser más fatal ese maravilloso nombre?) pero yo la conocía por todos los nombres que nunca alcancé a pronunciar. Fue mi todo y mi nada por poco más de un año. Fui mi refugio y yo el de ella en esa prisa de encontrar un rumbo. Me dejó estar a su lado. Fue mi secular distancia entre la certeza y la posibilidad; y la afrodisíaca sensación de que nunca seria del todo mía y que yo terminaría hecho pedazos por el huracán de su florecer y así -anticipándome como el poeta que abraza su fatalidad para salir corriendo- terminaría por huir, tan lejos y sin voltear atrás. La prisa de la inconsistencia.  Ella era sólo de ella de nadie más y aún así me dejo estar ahí bailando en la circularidad de sus caderas, se daba tan como sólo ella sabía darse. Sin medias tintas. Una sonorense en todo el sentido de la palabra. Me dejó estar ahí y nunca me pidió que me quedara, la distancia tejía en cada palabra el milagro de un preámbulo, regresar a ella siempre fue mi odisea más sublime; la espera en un aeropuerto y ese abrazo. Joder, Ese abrazo, ese universo, ese big bang que abrió en mi piel…y que sigue -a muchas lunas de distancia- creando alguna estrella que me recita estas palabras. Me hizo un hueco en el que me gustaba acurrucarme, aún con todas mis letras, mis preguntas y mis venenos, mis monstruos.

Fuimos un maravilloso accidente. Una inoportuna coincidencia. Un precoz antídoto a la soledad, una dosis equivocada para el dolor. Fuimos un ensayo de una obra que nunca debió escribirse y sin embargo estábamos ahí frente a frente en un diálogo que contaba algo parecido al amor. Queríamos amarnos. El arte está lleno de esos vitales intentos que nunca expiarán nuestra naturaleza caída.

Pude haberla amado más. Ahora lo sé y pude hacer que se enamorara más de mi. También lo sé. Pude haber desconectado la utopía y el desasosiego. Esa absurda prisa por corretear detrás del viento. Dejar de tener miedo (los pájaros vuelan -en parte- por miedo). Pude dejar que se curaran mis heridas en sus bahías (su dulce humedad) o secar mis tantas dudas cada día a su lado viendo un atardecer en Hermosillo. Pude ver la “troca”, la casita, dos “morritos” (Lucas y Sebastián), un labrador, un ir y venir, una vida en la que toda la creatividad se enfocará en sobrevivirse entre el tedio y el asombro. Entre ser paso firme o simplemente volar. Pude simplemente verla desplegar su luz y verla -entonces- volar. Conmigo.

Lo verdaderamente inconcebible es el no volar cuando se tienen alas.

La vida es una editora de recuerdos. Erradica fragmentos de vida que podrían hundirnos en esos detalles y abrazarlos hasta que el sol se cansara de sorprendernos sin dormir. El humanito es un azotado. El tiempo se encarga de que carguemos con lo esencial de cada persona con la que “chocamos” y es más bien esa tozuda necesidad de no querer olvidar la que nos hace guardar un gesto, una pequeña idiosincracia, una palabra, un beso o una mirada como un as en la manga en este juego de cartas que le jugamos -precisamente- a la vida. Me hizo tanto bien soñar con ella una vida, me hizo sentir que tendría la naturalización norteña y la ciudadanía de su corazón. Me hizo muy feliz y la recuerdo con una sonrisa siempre.

Pero, no flaco, no quería volar. No conmigo. No sería yo la razón de tocar el cielo. Yo sería Justo lo que la hizo salir y volando.

Y hoy solo puedo escribirla como cuando un dibujante dibuja para recordar. Mis dedos tocan su paso en mi vida, esa cicatriz que me hace recordar que todos los “te amo” que le di valieron la pena. Acepto mi función en su vida y me hace feliz. Lo agradezco.

Donde estés volando, vuela feliz Lola.



jueves, mayo 12, 2022

La mal querida

 Qué nos hace pensar -siendo humanos- que la forma como amamos es perfecta? Esa es la parte más ingenua del amor, la autocomplacencia y el autoengaño. 

Cuando se iba, en medio de ese fatalismo lacaniano (autor del que nunca leyó media página) seguía con esa mirada llena de ira y juicio como acusando que no la supe amar; tenía razón, a media película ya todo estaba siendo muy monótono, sin nudos que desenmarañar o giros de trama que engancharan, como si amar y disfrutar una película significara anularse sin perder la unicidad y rareza que -paradójicamente- la atrajo a mi. Chocamos por Dios! Como dos putos meteoritos. Mirar es mirarse ser mirado también. Lo mismo que la trajo, ahora es lo que la aleja y eso le enoja más porque no sabe decirlo como es. Pero con ese melodramático sazón que -ahora a estas alturas del partido- resulta patético. Siempre lo supimos, nunca lo superamos. Romperse es parte del show. El arte, como el amor, también es un martillo y nadie se va como llegó, nadie puede irse entero, pero también sin emitir un juicio, ese juicio de sentirse superior tan sólo por asumir un papel de víctima o de victimario. Ahí es donde todo puede perder la gracia y la estética. Puede entonces la mirada reprocharle algo a lo que mira? En esa especie de morbo podemos decir que nunca quisimos ver más allá de lo que pudimos ver. Una muy mala película nos podría reclamar que no la supimos ver. Que quizá la malinterpretamos, que el director estaba “adelantado a su época”. Incomprendido. Pero el arte debe conmover y El límite es natural, terminamos por ver exclusivamente sólo lo que queremos (podemos) ver. No me dio la mirada, no te dio la composición, el argumento…la actuación. 

Todo se desgasta.

En México, en todos los finales actuamos como una patética canción de José Alfredo Jiménez, en ese cine en blanco y negro donde hay que sentirse superiores por el simple hecho de asumir un rol binario, sin saber decir adiós porque nos azotamos como una Libertad Lamarque: se es el malo o el bueno, se pierde o se gana, se ama o se odia, es blanca o negra nuestra mal lograda educación sentimental. En todas terminamos llorando o cagándonos de risa de nuestra miseria. Y cómo es que todos terminamos en la película de alguien sin darnos cuenta? Una muy mala película por cierto en la que terminas siendo o el malvado o un vulgar albur.

Una frase es lo único que queda volando en su salida espectacular. La elegancia nunca fue su fuerte, lo sabía, tampoco sabía volar y desde que le di la bienvenida sabía que no iba a poder decir bien adiós. Empezó asumiéndose como la malquerida. Como en esos finales presuntuosos en el que nada se cierra, nada te conmueve, nada te dice y te hacen pensar que la película que se acaba de ver fue una auténtica pérdida de tiempo. En ese irse a “negros” donde esperas ver sólo los créditos para salir corriendo de la sala -quizá con una buena rola de como para pensar que al menos la banda sonora tuvo algún propósito- surge de la nada un último flashback a manera del leitmotiv de todo este despropósito hecho película: la despedida no pudo ser más cursi, simplona y acartonada, inútil como cada discusión ….”yo merezco algo mejor, no puedo arriesgarme a que me lastimen otra vez”. No hay forma de respetar ese final. Punto. Pierdo todo el respeto por un buen final.

Me levanté de mi butaca y me fui tratando de pensar que de películas malas nadie se salva, y es como un mal bocado del que nace una imperativa necesidad de olvidar, de repasar cada mala toma, falla argumentativa, cada carencia de sentido para pasar de página; cierto la intención de querer estar ahí nos valió como para quedarse hasta el final. Entonces se agradece que -a pesar de todo- todo haya acabado. Y queda la contundente sensación de haber perdido años de mi vida.

Efectivamente, mi miedo se confirma. Perdí casi 6 años de mi vida en un bucle inútil donde todo el tiempo había que demostrar lo que siempre se ponía en tela de juicio. Supongo que quien piensa y está convencido de que la vida le debe termina pensando que nada es suficiente. Estoy seguro que ahora -como en breve- tendrá / tiene lo que merece. 

A una distancia considerable, cuando uno va caminando dándose cuenta de lo rápido que nos alejamos (eyectados por una poderosa fuerza desconocida, algunos le dicen repudio) se empieza a aminorar el paso y queda sólo contestar esa frase, quizá como para cerrar ese mal trago. Sí, efectivamente todos terminamos teniendo lo que merecemos aunque eso represente seguir llevando a cabo y sin parar, una y otra vez los mismos errores: quizá, de entre todo lo malo no está mal mantener esa esperanza de entrar al cine y ser conmovidos hasta el alma  por una película en la que al final nos quedemos de una vez por todas.