Tu mano en mi mejilla
Estás conduciendo. Vemos juntos hacia adelante. El paisaje es espectacular y hacemos algo que nos sale bien: estar juntos. Nuestra mirada es general, nuestra conversación es muy específica. No hay música (no la extraño y eso es suficientemente sospechoso) hablamos, escuchamos, reímos, eventualmente nos tocamos. En algún momento, que nunca puedo anticipar, separas tu mano del volante y tu mano llega a mi mejilla y me acaricias y sin pensarlo volteo a verte. Guardo silencio. Sonríes. Algo se desata y algo se vuelve a conectar. Algo dentro de mi sonríe. Y tú, orgullosa, sabes -sin tantos protocolos- cómo recordarme que soy irremediablemente tuyo.
Tú tocas, yo entiendo.
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