INCONTINUUM

lunes, junio 27, 2022

Irse

 Amar también es saber irse a tiempo. 

Irse con gracia. Irse sin tanto drama. 

Pensar en el final como para ir alargando los días que nos quedan. Como para -ya muy tarde- aprender a morir, viviendo.

Amar también es saber irse a nuestro ritmo.  El ritmo de una manita que se menea como un parabrisas que se limpia unas lágrimas ajenas.

Amar es saber despedirse. Solo nos despedimos -nunca del todo bien- de los que amamos. La vida siempre se abre camino para poder despedirnos, aunque nunca lo sepamos.

Todos estamos dispuestos a irnos menos cuando realmente hay que decir adiós.

Amar es saberse ir.

Solos y derrotados

Paroles de Christiane Taubira… une chanson que j'ai entendue à un moment où la vie m'a montré qu'être et se sentir à la dérive est la meilleure façon d'éprouver de la gratitude. Je pense à la fin.

Vous finirez seuls et vaincus sourds aux palpitations du monde

À ses hoquets ses hauts ses bas ses haussements d'épaules veules
Au recensement des ossements qui tapissent le fond des eaux
Vous finirez seuls et vaincus aveugles aux débris tenaces
De ces vies qui têtues s'enlacent de ces amours qui ne se lassеnt
Même lacérées de sе hisser à la cime des songeries
Vous finirez seuls et vaincus grands éructants rudimentaires
Insouciants face à nos errances sur la rude écale de la terre
Indifférents aux pulsations qui lâchent laisse à l'espérance
Vous finirez seuls et vaincus car longue longue est la mémoire
Des pieds des peaux des au revoirs et de ces temps itinérants
Où devisant et divisant vous créez un monde en noir et blanc
Vous finirez seuls et vaincus vos cris vos cors et vos crédos
L'éclat de nos vies entêtées éblouira vos en-dedans
Et vos enfants joyeux et vifs feront rondes et farandoles
Avec nos enfants et leurs chants et s'aimant sans y prendre garde
Vous puniront en vous offrant des petits-enfants chatoyants
Vous finirez seuls et vaincus car invincible est notre ardeur
Et si ardent notre présent incandescent notre avenir
Grâce à la tendresse qui survit à c'passé simple et composé
While you're holding on to your bones (seuls)
Holding on to what you know (vaincus)
We won't make the same mistakes (seuls)
Stakes are high we claim our fates
Vous finirez seuls et vaincus

miércoles, junio 22, 2022

Pero sobre todo…

Cuida a quién le das tus sonrisas.

Argumento? Va

“Algo me enseñó que hay que ser un poco egoísta con la gente, hay que aprender a no contar a cualquier común nuestros sueños, vicios, ni obsesiones, pensar muy bien antes de regalar una palabra o una nube y sobre todo cuidar las sonrisas sinceras ”.

—Andrés Caicedo; Infección.


miércoles, junio 15, 2022

Atención selectiva

 Sufrir es prestar a alguien o a algo una atención suprema,  bien decía Valéry; es decir, dirigir una exagerada atención sin sentido. Entonces, dice este maravilloso pensador, el sufrimiento empieza a hacer su trabajo, lacerar de a poco en poco nuestra infame capacidad de habitar la fatalidad y la ceguera autoinducida para no percibir la felicidad. Sufrir. El problema real no es la atención, ni la persona, ni el algo (incluyendo esa golosa necesidad de rumear nuestros problemas, ideas, deseos y temores) tampoco, ni siquiera, nuestra tendencia a distraernos con todo. La culpa es esa negación invariable y sistemática de negar nuestra incompletitud. Y Negarla al punto que negamos el principio de nuestra propia naturaleza. Cioran decía que no había un solo día, ni uno, que la vida no le recordara su condición humana de exilio.  Un exilio que se imponía ineludible y se materializaba en esa condición de permanente deseo. Un exilio que nos separa y nos deja heridos de vida. Como personas deseantes. Los mismos budistas dicen que el principio del nirvana (lo contrario del sufrimiento) era dejar de desear. A veces  me gusta pensar que fuimos marcados por una escisión que nos trae a este mundo incompletos (no nos rompemos, sólo nos damos cuenta -eventualmente- que estamos diseñado deliberadamente con piezas faltantes). Es esa idea sembrada de sentir que nos falta algo. Es ese intervalo, la escatológica vocación de sufrir por un propósito “superior”. Sufrir es darse cuenta de eso, de que gastamos ese recurso vital no renovable que es nuestra atención (pasión le decían los Romanos) en un sentido muy específico o muy abierto. Nuestra capacidad de distracción es - a su vez- la incapacidad de asertividad y focalización para saber cómo, dónde y cómo, para qué y con quién y sobre todo cuándo y por qué elegir tomar un rumbo, dar nuestra atención.

Quién lo iba a decir, la vida en sí misma puede ser la más grande de todas las distracciones. Todo en ese intervalo entre haber sido expulsados de un paraíso y -en algún punto- caer en cuenta que nunca volveremos otra vez ahí para dejar -entonces- de buscar.

jueves, junio 09, 2022

Sin defensa

Lo peor que le puede pasar a un narcisista es que se le acabe el reflejo. Agua, espejo, mirada, idea, persona, expectativa. Entonces buscará irremediablemente encontrarse en cualquier lugar que le regrese esa imagen que busca tan vehementemente. Su reflejo. En realidad no importa qué o quién se lo ofrezca seguirá contemplándose impávido. Y pensará que ama al espejo pero adorará lo que refleja.

Invariablemente cada historia que viva es una historia de su propio reflejo -la misma vieja historia- y la insatisfacción del autoengaño -la misma voz que se la cuenta una y otra vez-.

Parte del olvido

Lo único imperdonable es el olvido.

Olvidar que me olvido rápidamente de lo irrelevante, me sorprende y me aterroriza.  A un olvidadizo le da pavor olvidar.  Es esta pérdida sistemática y absoluta de razones por las cuales hacerte parte de mi vida. Qué terrible capacidad tenemos de eliminar huellas de los otros en nosotros. Algo en mi, simplemente limpia milimetricamente pedazos de vida. Un asesino implacable que elimina toda evidencia y borra toda huella. Es lamentable y desconcertante. Quisiera poder pensar en algo bueno como para guardar algo de ese tiempo y darle un lugar en mi. Y no sentir que he pasado por una Laguna espacio temporal que no me dice nada. Hoy por ejemplo me he olvidado dónde es que yo estuve todo este tiempo, buscaría un nombre o un gesto, algo.

Olvidar todo, profundamente, casi sin esfuerzo es terrible. Porque cuando se recuerda hay dolor o placer y se supone que olvidar podría suponer sentir algo. No hay nada. Pensar en el olvido sin poder recordar qué es lo que se olvida es muy decadente. Olvidar así entonces es lo contrario de amar, supongo o estar en un punto muerto. No es odiar porque eso implica -al menos- buscar alguna u otra razón para mantener el encono. Esforzarse. Eso también es “sentir” algo por alguien. Pero no hay nada más y ese vacío, ese silencio, esa nada es abrumadora. Hubo días que me levantaba pensando en algo que me permitiera anclar algún buen momento, algo bueno o malo para descifrar.  Hay veces en las que incluso me gustaría preguntarme qué sería de ti y comprobar -al menos-  que no fue una equivocación absoluta o una pérdida de tiempo. Creo que en esa última llamada, mi miedo principal era justamente saber que serías olvido inevitablemente.Pero no hay nada y Parece que ma da igual porque termino pensando en alguien más, alguien antes de ti, después de ti y me pierdo en otras cosas, nada me mantiene ahí. Todo es tan resbaladizo. Todo ahora es más relevante que buscar una sola causa para que vivas en mi memoria.

Esta vez, sumarás una cosa imperdonable más que yo te he hecho. Y yo sumo cada milímetro y segundo de tu existencia a mi olvido.

Soy culpable -totalmente- de olvidarte.


sábado, junio 04, 2022

El regreso

Siempre se regresa al lugar donde más feliz se ha estado. No es una comodidad narcisista o una resignación ante la derrota. Es darse cuenta de que todos los caminos conducen a donde pertenecemos.
 Siempre se regresa no por regresar sino para saber si -por fin- uno está listo para quedarse. 
Siempre se regresa al lugar donde más y mejor hemos podido ser nosotros mismos. A ese lugar donde no habría nada que demostrar o nada que ocultar. Donde se puede ver de frente. Si se ve desde esa perspectiva ese lugar sería tan incómodo o tan tranquilizador como el más fiel espejo al que nos enfrentamos cada día y reconocernos aunque seamos tan distintos.
Siempre se regresa al lugar donde nadie nos juzga, donde lo que se ve es lo qué hay, donde lo que queda simplemente es retomar donde lo dejamos. Donde estar de pie, en ese marco de la puerta es la única y más contundente evidencia de que -sea como sea- hemos sabido regresar y sólo ese acto es ya una declaración que culmina ahí cuando se está  frente a frente. Una especie de “separador” en esta lectura que aún no hemos terminado (y que queremos seguir alargando lo más que se pueda) en esta novela que nos desconcierta y nos atormenta pero en la que navegamos con toda familiaridad intuyendo cada nueva línea, cada nuevo capítulo. Improvisando. Interesados, involucrados, curiosos. Dispuestos. Una especie de separador que nos recuerda dónde es que nos quedamos y a partir de dónde continuaremos.

Siempre se regresa a lo que se ama y a la promesa -aun cuando siempre es sutilmente una expectativa- de que podemos ser amados. 
Siempre se regresa a donde podamos volver a empezar y donde no nos angustia pensar en un final.
Siempre se regresa a donde podemos tocar y sabremos que nos abrirán con una mirada que nos reconozca, sin menear la cabeza, sin tener un juicio en la punta de la lengua. Donde no hace falta que abran los brazos para sentirnos abrazados. Donde nos reconozcamos en esa mirada. Siempre se regresa a donde nos sentimos generosamente bienvenidos.
Siempre se regresa a donde somos el prójimo más cercano aunque nos hayamos ido tan y tan lejos y hubiésemos querido regresar distintos, listos -esta vez- para quedarnos.
Siempre se regresa a donde mostrar nuestras heridas no implica una vergüenza sino una confesión. 
Siempre se regresa a donde podemos continuar esa conversación. Donde hay puntos suspensivos.
Siempre se regresa.
Siempre 

Los decepcionados

 Me gustan las personas que han puesto a prueba su fe y que -como consecuencia- han aplicado algunos ajustes en ese recurso -a veces no renovable- que es la esperanza.

Me gustan los que han roto su corazón. Es una evidencia de que han venido a usarlo a esta vida.

De hecho, estoy cada vez más convencido de que no confío absolutamente en alguien que no haya experimentado el profundo daño vital de una decepción. No soporto al que niega sus abolladuras. Tienen, incluso, mi desprecio aquellos que ocultan, maquillan y niegan sus decepciones (el fetiche del coaching y su razón de ser: el Photoshop de la experiencia humana). Me parece que es una bajeza negar -rotundamente- nuestro músculo de decepción y encima querer beneficiarse de ello. Como si hacerlo nos hiciera ver más “exitosos”, menos tristes, menos vulnerables. Menos perdedores. Menos humanos.

Admiro profundamente a esos decepcionados que - a pesar de toda esa masa implacable de evidencia- se siguen levantando, lo siguen intentando, siguen aceptando que esa última decepción cotidiana les hará saber qué, de entre todo ese infierno -dijera Italo-, no es infierno, darle su lugar y hacerle espacio; habitarlo, descansar en él. Todo esto sin culpar a nadie, sin querer cobrarle a nadie y sin pensar que alguien les retribuirá por ello. Sin mendigar una palmadita en la espalda o exigir amor con la imbécil convicción de que “merecemos abundancia” cuando no queremos darnos cuenta -existencialmente y filosóficamente - que el humano es un jodido virus narcisista que destruye todo. Nosotros hemos sido la pandemia permanente de este mundo.

El arte -a diferencia del coaching- sabe qué hacer con el dolor, con la decepción, con la pérdida. Le da una dimensión creativa a nuestro fatalidad y nuestra virulencia. Sabe qué hacer Con la imperfección y la negatividad. Y por eso es mil veces más efectiva, más humana y más congruente que la idea de explotar y sobredimensionar sólo nuestro lado luminoso. El arte trabaja con la luz y la obscuridad, no desperdicia. El arte nos hace trascender, el coaching no.

El decepcionado asume y continúa. El positivismo idiota solo posterga la decepción. La esconde bajo la alfombra de nuestra consciencia. La excluye del proceso de sanación, la adormece con la anestesia de su lisonjera palabrería. No hay humanismo sin decepción, no hay humildad sin decepción; no hay amor sin decepción. No hay fe sin decepción. 

La decepción prepara un nuevo terreno  para absorber la negatividad y -de alguna manera- transformarla en una suerte de combustible elemental. Asimilar lo obscuro para poder brillar, un poquito más. Y bailar con nuestra humanidad descalzos del autoengaño.  Decepcionarse para dejar de estar enamorado y empezar a amar. Decepcionarse para ser más humano.

Me gustan los decepcionados. 


En las búsquedas infinitas

Habrá que seguir buscando. Habrá que continuar este oficio interminable de querer completarse.
Y habrá que corroborar ese daño irremediable a nuestra ternura cuando descubrimos de primera mano que la vida nunca mejoró. Al contrario se complejizó. Que hay un punto de madurez, sí, y es cuando nos soltamos -conscientes- de la ternura. Habrá entonces alguien que nos recuerde que al soltarla la llevamos -por fin- con nosotros.
Lo que realmente hace la diferencia entonces es la forma en la que asumimos que se está vivo si se está en movimiento, herido de vida más que de muerte. Y el mundo se nos escurre hacia adentro, en lo contrario a lo que sería una hemorragia. 
En eso consiste lo infinito, no en el que no haya un límite o un final personalizado que nos aguarda inevitable y paciente. Absoluto. Impostergable.
En eso consiste lo infinito - la parte humana de atestiguarlo- en que nunca alcanzamos a verlo acabar con nosotros, el sosiego de sentirnos satisfechos con la única respuesta que nos da la vida. Sin una claridad del por qué llegamos y por qué nos vamos. La vida entonces es un intervalo.
Una inequívoca respuesta que se nos concede y que es: sí, continua. Porque todo termina.
En eso consiste esta vocación de cambio, haber sido expuestos a este mundo con la única certeza de darle un sentido a nuestra lacerante incompletitud.
 Nuestra búsqueda sin fin.