INCONTINUUM

miércoles, diciembre 21, 2005

nada especial

La única iniquidad que he escogido como aliada en este drenar esta humanidad y este dolor, es el de ser radical en lo que escribo y en lo que siento - y viceversa-. Toco los bordes de mí mismo, como el verdugo que toca el filo del hacha para evitarse un segundo movimiento en el que se engendre un pequeño atisbo de remordimiento, acaricio el filo de mis propios límites. Me veo y no me da miedo lastimar mis sentimientos, me provoco, me despierto a cachetadas cuanod empiezo a sentir que estoy soñando dormido. No bebo, ni siquiera fumo tabaco, las drogas nunca fueron suficientemente estimulantes como para abrir esa puerta y asomarse a lo que cotidianamente me despierta al entrar a este mundo. Pienso y juego con las palabras. Y aunque no escribo ni el mínimo porcentaje de lo que observo y siento, me basta con sacudirme algunas imágenes y metáforas que se me pegan como lapas de mendigo. Nunca escribiré un libro, no me sacarán una fotografía en la que aparezca con aire bohemio fumando una pipa sin tabaco, nunca firmaré la primera hoja de ningún libro. Soy un inicuo de las palabras, un desposeído entre toda esa vitrina de los ilustres. Soy un soñador que quiere despertarse, sólo eso...despertarse a su propio sueño, no el de los demás. Soy una persona tan común que nunca más figurará en ningún recoveco de la memoria involuntaria. Soy felíz tras bambalinas, donde me invento mi propia obra. Si he hecho algo, si he de ser recordado es por amar intensamente a alguien -con todas mis fronteras, mis extremos y mis penínsulas- y vaya por que no darle nombre a todo ésto: he amado a una mujer que tarde en encontrar y en que me encontrara. Si a veces sueno desesperado es por que me hallo inmerso en esa locura seria. Sí, lo confieso, amo a Aline Ross y quiero pasar a la historia por ser quien más la amó. Como mapa seré trazado por mis iniquidades y mis pasiones, pero también por los mínimos aciertos que puede tener un ser llenito de su humanidad y enraizado en su corazón: amar hasta que se nos pare el corazón. Ese puñito rojo que nos dieron para vivir.