INCONTINUUM

martes, mayo 31, 2005

Más allá

Los niños no admiten límite a nada, quieren ver siempre más allá, ver qué hay después, ir hasta las últimas consecuencias. Como Buda, cuando le preguntaron que cuál era el fin último del nirvana, se limitan a sonreir y regresan a ese estado de conciencia arrebatado y autista.
Con el tiempo, en ese proceso lento y sumamente eficáz para hacernos adultos nos convertimos en los herejes del Asombro y terminamos siendo los guerreros que destruirán sistemáticamente todas las huellas de lo que fuimos. En una cruzada contra lo que nos recuerde incompletos y asombrados, frágiles y terriblemente necesitados. En algún momento, de repente, paramos esa desvastadora masacre y -cansados de ese atentado contra nosotros mismos- vemos dentro de nosotros para ver lo que quedó. De lo que sobreviva lo recogemos y entonces nos convertimos en los restauradores de nuestra infancia. Como cuando el hombre blanco destruyó a todos los indígenas y en el momento en que quedaban pocos los empezó a apreciar.
De adultos nos transformamos en hombre y mujeres resignados, que no quieren ver más allá de lo conocido, que nunca, nunca quieren ir hasta las últimas consecuencias. La moda sicológica es hablar de nuestro niño interno, la versión adulta de lo que destruímos.
Iniciamos vehementemente una salida feróz de esa ingenuidad asombrada, lo que desde adultos llamamos inocencia perdida.
La primera víctima de nuestra letalidad somos nosotros mismos.
Pero que no se nos olvide que por más que atesoremos lo que fuimos, a ese niño le rompimos el corazón.