Partir de todo lo que descubrimos que no es amor. Estamos en ese peligroso punto en el que todo se idealiza y pareciera que nada se parece a lo que está delante de nosotros, existe esa pequeña y vulnerable convicción de que todo lo pasado (dolor y felicidad) nos trajo a este punto. Estamos en esa bifurcación entre idealizar y llenar este camino de expectativas o tener conciencia plena de que todo está por construirse, echarse un clavado más por decisión que por fe. Pero en este delicioso punto ciego hay que irnos con cuidado. Propongo, como lo hemos venido haciendo, a poner límites a partir de la evidencia de todas nuestras piezas rotas (no porque me veas más o menos entero significa que no fui roto o rompí en el proceso). En este momento debería de advertirte que no soy recomendable, que de camino a este punto me tomé el tiempo para confrontarme y saber que no puedo ocultar que soy hombre, hijo de hombre, que soy peligroso y que debo de ser desactivado como una bomba de herencias y cegueras. Mis cegueras y los que no vieron hacen parte de mi. Estoy convencido que debemos tener una etiqueta como la cajetilla de esos cigarros en la que se advierta que amar puede matar. Matar un poquito pero matar al fin y al cabo. Partir de lo más duro, lo más oscuro y lo más sórdido. Partir de presentarnos por lo que somos: unos salvajes salvados por el amor, la paciencia y no por nuestro civilizado autoengaño de ser víctimas o victimarios. Torpes emocionales. Partir de todos nuestros errores para intentar no volver a repetirlos, esa condición de reconfiguracion es indispensable para hacer que lo que venga tenga su espacio y hacer que dure. Un buen principio no nace de la improvisación sino de una deconstrucción a manera de confesión y ahora está en tus manos. No está mal empezar por hablar a detalle ( a profundidad y sin juicio) de lo terribles que hemos sido, de nuestra latente letalidad, de los monstruos que hemos venido cargando, de nuestra co responsabilidad para inventarnos historias de terror en las que terminamos viviendo cómodamente inmunes a nuestra condición virulenta de destruir lo que alguna vez amamos y de los aprendizajes que nos trajeron hasta aquí incompletos pero con más disposición y más asombro, más valentía y más humildad que nunca. Si hay algo que nos salva de nosotros mismos es la fe de un otro sobre nosotros, es así como este universo está hecho no por la individualidad de sus átomos sino del vínculo entre ellos. Así de simple y así de poco humanista.
No concibo ningún principio de algo con un perdón y un acto de contrición. De un reconocimiento que somos deseantes de segunda mano, usados por nuestros egoísmos, nuestras deslealtades y nuestros miedos. No concibo ningún verdadero crecimiento sin darnos cuenta que estamos diseñados para conectar y como medios nunca seremos un fin.
Puedo empezar por describir mi lado más oscuro, donde lo más bizarro de mi puede espantarte. Veo cómo tu seriedad llega al límite entre un asombro desencajado y esa tristeza que diluye toda expectativa sobre esperanzadora, rallando en miedo y total precaución. Prefiero desencantarte absolutamente para que tu siguiente paso sea tan perfectamente calculado como para que el siguiente termine siendo el paso que sirvió para despegar. No puedo y no quiero ser anulado por tus expectativas, sustituido por tus deseos. No soy el pago a las deudas que creíste que la vida tenía contigo -se que eres lo suficientemente sabia como para pensar que la vida no nos debe nada- no seré el limbo que promete el fin de todos tus problemas (de hecho soy uno que adquieres con un poco más de consciencia por saber que de alguna manera estamos develando juntos el verdadero precio); tampoco soy el analgésico para tu dolor. Soy todos mis clariobscuros, mis luces y mis sombras, soy deseo y soy error, soy fracaso pero también soy consciencia y despertamiento como sé que lo eres tú. Soy testigo para nada juez y sé que tú también lo eres.
Es brutal y abrumador. Termino un monólogo que va de todo menos de narcisista (una especie de curriculum del perdedor del año y el triunfo sistematico -dijera González- de todos los fracasos ); me ves a los ojos y veo cómo todo tu cuerpo prepara una sonrisa que realmente duele pero que surge de lo más profundo de ti. Pero veo más fe que convicción. Y finalmente lo haces. Sospecho que has tomado una decisión, te levantas y me dices “Vamos”. Me lo dices con tus ojos, con tus manos.
Aquí vamos